César Vidal Manzanares se ha convertido en poco tiempo en uno de
nuestros más prolíficos historiadores. Si digo que viene escribiendo dos
o tres libros por año, seguramente me quedo corto. El señor Vidal es
Doctor en Historia y, aunque alguno de sus primeros libros trataba temas
relativos a su auténtica especialidad, la Historia Antigua, desde hace
ya algunos años viene escribiendo sobre temas bastante más recientes,
como la revolución rusa, el holocausto judío o nuestra guerra civil.
También se ha abonado a la moda muy gratificante y comercial de los
libritos de curiosidades históricas destinados, supuestamente, a narrar
episodios poco o mal conocidos. En cualquier caso, es claramente
consciente de que se gana más dinero escribiendo sobre Las checas de
Madrid que sobre El paleocristianismo palestino en el siglo I.
El libro que nos ocupa se debería realmente haber titulado “César Vidal
frente al Islam” porque lo que en verdad se encuentra el lector en sus
cerca de 400 páginas no es más que una serie de opiniones políticas
personales que en los últimos años han moldeado Federico Jiménez
Losantos, Gabriel Albiac y él mismo, con la colaboración ocasional de
algún que otro periodista más de los que sermonean en la COPE. Esta
doctrina maniquea y pueril se puede resumir más o menos así: los
musulmanes son muy malos, los judíos y los americanos son muy buenos y
los europeos en general, unos cobardes desagradecidos que chaqueteamos
con los malos en vez de apoyar incondicionalmente a los buenos.
Con el pretexto de defender la identidad española frente a las
invasiones islámicas de la Edad Media, Vidal presenta una Historia de
enfrentamientos entre España y el Islam desde el 711 hasta hoy
interpretándola como algo parecido a una constante histórica que con
algunos altibajos dura ya casi 1.300 años y que además posee una
inconfundible identidad a través del tiempo. De esta forma, la trampa
está servida y es repugnante; El Cid, Fernando III el Santo, los Reyes
Católicos, Don Juan de Austria, Prim o Aznar, son representantes de una
causa común, de una guerra de siglos en la que Covadonga, Las Navas de
Tolosa, El Salado, Lepanto, o Alhucemas no son más que episodios que la
jalonan en el tiempo y se unen llegando hasta Afganistán o Irak hoy en
día. De esta forma, pretende Vidal hacernos creer que oponerse a la
actual guerra de Irak es un acto tan antipatriótico como sería renegar
de la Reconquista.
El libro es, pues, esencialmente tendencioso y no creo que ningún
historiador se lo pueda tomar en serio. Es sabido que los ensayos
históricos relatan hechos para, interpretándolos de una forma y
relacionándolos con ciertos criterios, demostrar alguna tesis que al
autor le resulta sugestiva. Esto es absolutamente lógico, aunque la
tesis sea retorcida, como en este caso. Lo que es difícil de perdonar al
historiador es un relato que oculte hechos, que los distorsione, que
los relacione en base a criterios caprichosos, que dé un significado
distinto a hechos similares según convenga a su tesis. Todo esto hace
Vidal en esta obra.
Parece bastante infantil que hoy en día, un historiador se empeñe en
presentar el fenómeno del Islam como algo monolítico a través del tiempo
y del espacio. Para Vidal la invasión de España en 711 comparte causas y
motivaciones con la invasión de Kuwait en 1990; la batalla de Lepanto
en 1571 se enmarca dentro del mismo fenómeno histórico que la batalla
por liberar Kuwait en 1991 y las alianzas de Francia con los musulmanes
en el siglo XVI obedecen a razones similares a las que llevaron a
Francia a oponerse a la actual Guerra de Irak en el siglo XXI.
Para Vidal poco importa que España, a la que sitúa como principal
paladín en la defensa de la cristiandad frente al Islam en los siglos
XV, XVI o XVII, luchase en esa época tanto o más que contra los turcos
contra cristianos flamencos, franceses, alemanes o ingleses. El hecho de
que España fuese la primera potencia imperial del mundo en aquel
entonces y que en consecuencia tuviese que abordar constantes desafíos a
su hegemonía desde múltiples flancos, islámicos y cristianos, parece
importarle poco o nada a Vidal.
Resulta curiosa su
defensa del carácter expansionista del Islam como una amenaza constante
para la paz a través del tiempo, ignorando que durante el siglo XIX y
gran parte del XX todas las naciones musulmanas del mundo habían
sucumbido ante el imperialismo de las naciones cristianas y eran
colonias ocupadas por tropas europeas que protegían el expolio que
también empresas europeas hacían de sus recursos naturales.
El
estado de postración y humillación en que se vio sumido el mundo
islámico entre comienzos del XIX y la descolonización de mediados del XX
no existe para Vidal. La voracidad saqueadora de franceses o
británicos, es irrelevante para él cuando es imprescindible tomarla en
consideración para poder entender fenómenos como el nacionalismo árabe
laico del tipo Nasser o Baaz.
El incondicional apoyo de Estados Unidos a Israel vetando en el Consejo
de Seguridad de la ONU cualquier resolución contra el estado hebreo, o
la gigantesca transferencia de dinero, armamento y tecnología que
permanentemente fluye desde el coloso americano hacia Israel, tampoco
son considerados como elementos que contribuyen a alimentar el
resentimiento de las masas árabes hacia occidente. Vidal es capaz en su
libro de defender a un tiempo que los moros fueron traicioneros y
malvados cuando invadieron la Península Ibérica y que también lo fueron
cuando intentaron expulsar a españoles y franceses de Marruecos.
Malos cuando invaden, malos cuando son invadidos. Para Vidal, existe
una identidad de objetivos evidente entre Abderramán o Almanzor en la
Edad Media y entre Abd el Krim, Ben Laden o Sadam Hussein en la era
contemporánea. Poco le importa meter en el mismo saco al expansionismo
bereber de los almorávides con el imperialismo otomano del siglo XVII; a
la revolución nasserista con las acciones de Al Qa’eda; al régimen
sunní wahabbita con la revolución chií jomeinista. A estas alturas
parece bastante ridículo interpretar las tortuosas relaciones de España
con Marruecos, sacándolas de sus contextos originales para introducirlas
en el contexto actual obviando, además, infinidad de acontecimientos y
datos históricos que arruinan su tesis.
La influencia de la invasión musulmana de España y la posterior
Reconquista cristiana han dado pie a infinidad de relatos y ensayos
históricos. En España, como es lógico, este episodio había sido
tradicionalmente narrado en clave favorable a los cristianos. Sin
embargo, a mediados del siglo pasado, las tesis de Américo Castro
empezaron a cambiar esta percepción. Hoy en día, estas tesis islamófilas
han calado, además de entre legiones de periodistas y comunicadores, en
nuestro sistema educativo. La Reconquista es interpretada como un
episodio más bien sombrío que al homogeneizar los reinos cristianos los
privó de la riqueza que aportaban las otras culturas establecidas en
España. Esta visión lleva acompañada otra, la utópica reconstrucción de
un Al Ándalus mítico, pleno de tolerancia y foco irradiante de una
cultura superior a la cristiana. Esta tesis causó y causa furor entre
los círculos progresistas y demás amigos de lo políticamente correcto.
Escribir la historia de España en clave negativa ha supuesto de antiguo
una tentación a la que la izquierda en general nunca ha podido
resistirse. La razón es sencilla, mucho más de lo que parece. La
Historia de España está en gran medida marcada por un espíritu religioso
católico incontestable. La intelectualidad izquierdista española
siempre ha odiado nuestras raíces cristianas. Y como negarlas es
imposible, hay que tratar de demostrar que todo lo católico ha supuesto y
supone para España, intolerancia, oscurantismo y atraso. España, según
este pintoresco punto de vista, ha sido siempre un país ignorante y
aislado de la modernidad por el poder inmenso que la Iglesia Católica
ejerció tradicionalmente sobre nuestros gobernantes. Sólo cuando en
nuestra Historia aparecen los primeros ilustrados, seguidos de los
jacobinos afrancesados, los masones y finalmente los socialistas,
podemos empezar a hablar de progreso, de justicia y de libertad.
Es en este marco sectario y de profundo complejo antiespañol en el que
se inscribe la actual tesis islamófila de nuestra Reconquista. Y es
cierto que Vidal defiende la tesis tradicional que entiende la
Reconquista como la auténtica forja de lo Hispano. Que tritura las
bobadas sobre la superioridad cultural de los invasores musulmanes y que
afirma valientemente que, por más que llevasen siglos viviendo en
España, su derrota y expulsión fue justa y necesaria.
Sin embargo Vidal, en este terreno, no aporta nada que hace ya décadas
no hubiesen aportado, por ejemplo, dos maestros como Ricardo de la
Cierva en su Historia total de España, o antes que él Claudio Sánchez
Albornoz en España un enigma histórico. Además, en la obra de Vidal se
echa en falta alguna opinión acerca de lo que supuso para España la
presencia y posterior expulsión de cientos de miles de judíos. Hay
escasísimas referencias, y ninguna merece crítica, a la permanente ayuda
que los judíos brindaron a los musulmanes en la conquista de la España
visigoda (pp. 79 y 111). No menciona la presencia de los judíos en los
campos de batalla para comprar a los moros a los cristianos derrotados y
traficar con ellos como esclavos.
Cuando denuncia las connivencias de los moriscos españoles con los
piratas turcos, pasa por alto que los judíos exiliados y los marranos
que permanecían en la Península conspiraban contra España, no sólo con
el Sultán otomano, sino también con la monarquía inglesa, o la
holandesa. Algo que en cambio, afronta con un valor desbordante Sánchez
Albornoz cuando califica a los judíos de nuestra Edad Media como:
“aquella terrible plaga pública que secaba día a día la riqueza nacional”.
O cuando afirma:
“Queda dicho y probado que los judíos no creaban riqueza, la secaban”.
“No crearon ninguna industria, no financiaron la formación de una marina
nacional, ni siquiera se arriesgaron de ordinario en el comercio
marítimo, siempre expuesto a imprevisibles pérdidas. Hacían sus fortunas
como usureros, como revendedores o como publicanos”.
Para concluir con dos sentencias muy atinadas y hoy en día injustamente olvidadas:
“Creo por todo ello -y no he de callar mi opinión aun a riesgo de
escandalizar a muchos y de incurrir en la excomunión mayor de otros- que
la expulsión de los judíos hispanos fue tardía. Realizada un siglo y
medio antes de 1492, habría cambiado la psiquis de los españoles y la
faz económica de España”.
“Allí donde emigraron los judíos y los “marranos”, unos y otros fueron
naturalmente, terribles enemigos del pueblo que los había odiado. El día
que se examinen al por menor los daños que en todas las actividades a
su alcance -desde el espionaje a la financiación de empresas militares-
hicieron a España en momentos dramáticos y decisivos de su historia
moderna, y se registre su persistencia en la violenta hostilidad hacia
lo hispánico a través de los siglos -algo sabemos ya sobre tales daños y
sobre tal hostilidad, pero es tema que merece un libro-, se comprenderá
con qué razón he hablado de cuentas saldadas”.
Conviene recordar para quien lo haya olvidado que Sánchez Albornoz era
un exiliado republicano, de hecho asumió durante once años la
presidencia de la República en el exilio. Sin embargo, atina en el
blanco. Debiera Vidal ahondar en la línea de investigación del viejo
maestro que también ha señalado en su obra El tercer templo Ricardo de
la Cierva.
Durante siglos, desde la derrota de los invasores musulmanes, nuestros
más tenaces enemigos han sido siempre naciones cristianas, las más de
las veces protestantes. Franceses, holandeses, pero sobre todo ingleses,
se emplearon en cuerpo y alma a destruir el poderío español en todos
los rincones del mundo, y fueron los norteamericanos los encargados
precisamente de darle la puntilla. Y los descendientes de los judíos
expulsados participaron en esta tenaz labor de acoso al Imperio español.
Los medios económicos que las finanzas judías nunca pusieron al
servicio de la Corona Católica en España, fluyeron a raudales hacia las
naciones que saqueaban nuestros puertos y nuestros barcos colapsando
nuestra economía. Cito de nuevo a Ricardo de la Cierva:
“Con
sus tres cabezas de puente en Ámsterdam, Londres y Nueva York, los
judíos de Ámsterdam, en buena parte descendientes de los expulsados de
España por los Reyes Católicos, meditaron y planificaron durante décadas
su venganza contra España. Éste es un importantísimo acto del drama
estratégico mundial en la Edad Moderna que no ha sido estudiado aún pese
a su enorme interés…”
Vidal, que conoce sobradamente estas obras y a estos autores, calla
deliberadamente prefiriendo inventarse una historia fantástica. Los
musulmanes, a pesar de esporádicos choques con las armas españolas, a
partir de finales del siglo XVI no son más que espectadores de la
colosal lucha a muerte entre la España Católica e Imperial y las
potencias protestantes auxiliadas y financiadas generosamente por judíos
de apellidos españoles y portugueses. Otro ilustre historiador liberal,
Salvador de Madariaga, analiza con rigor este fenómeno que Vidal
ignora. En su celebradísimo ensayo "El auge y el ocaso del imperio
español en América", afirma
“Los judíos tomaron parte importante en la desintegración del Imperio Español”. (.)
“Este secreto y disimulo de hombres que se sabían siempre vigilados,
esta movilidad, esta capacidad para arraigar en todas las tierras y, sin
embargo, guardar contacto a través de todas las fronteras, y su
superioridad sobre todos sus correligionarios amén de muchos cristianos
también, hizo de los judíos españoles los enemigos más peligrosos,
pertinaces e inteligentes del Imperio Español”. (.)
“Su
actividad se polarizó contra España en los dos campos más importantes de
la vida española: el religioso y el imperial. Fueron los judíos asiduos
diseminadores de la Reforma; no tanto por sincero interés en la Reforma
en sí como porque implicaba cisma y división en la fe rival”. (.)
“Desterrados o perseguidos, los judíos se disfrazaron de cristianos pero
siguieron fieles a la fe de su pueblo con admirable constancia. La
Reforma fue para ellos maná del cielo. La fomentaron porque al hacerlo
quebrantaban la fortaleza cristiana entre cuyos muros habían padecido
tanto”. (.)
“Los conversos portugueses de Amberes dieron poderoso estímulo al luteranismo desde sus primeros días”. (.)
“En 1521 tenían ya un fondo para imprimir las obras de Lutero en castellano”. (.)
“Otra familia sefardita trabajaba en Flandes contra España con no menos
persistencia; la de los Pérez, judíos portugueses de Amberes, luteranos
primero, más tarde calvinistas, lo que les valió no poca popularidad en
las provincias de los Países Bajos”. (.)
“Marco Pérez era el centro de un círculo de información y de influencia
política, y puede considerársele como uno de los causantes de la guerra
de los ochenta años entre los Países Bajos y España. A su impulso se
debió la impresión de 30.000 ejemplares de la Institución de la Religión
Cristiana de Calvino en castellano, y su introducción de contrabando en
España dentro de barriles que venían también forrados con otros
impresos de propaganda protestante. También fomentó la impresión de
biblias, catecismos y otros libros calvinistas en castellano para la
exportación, y mandó a España predicadores calvinistas. Estaba en
correspondencia con William Cecil, el poderoso Ministro de la Reina
Isabel, y en contacto estrecho con Thomas Gresham, el agente de Cecil en
Amberes.” (.)
“Pero ellos, aun colaborando con los monarcas españoles siempre que
necesitaban su protección, seguían trabajando como enemigos políticos de
España tanto en Europa como en las Indias”. (.)
“Los judíos de España ayudaban a Drake en sus incursiones sobre las
costas españolas. En el siglo siguiente, el judío Simón de Cáceres
colaboró a la conquista de Jamaica por los ingleses…” (.)
De este siniestro personaje habla con orgullo el periodista judeomallorquín Pere Bonnín en su libro Sangre Judía:
“Simón de Cáceres, un judío español, ayudó a los ingleses en la
conquista de Jamaica (…) Fue auxiliado en el asunto de Jamaica por
Campoe Sabbatha y un hombre llamado Acosta. Este último era criptojudío,
y se cree que Sabbatha también lo era. Cáceres sugirió formar una
fuerza judía que pelearía bajo la bandera inglesa para conquistar
Chile.”
Todo esto lo corrobora una interesante y poco conocida obra de la época,
Execración contra los judíos, en la que Francisco de Quevedo escribe al
rey Felipe IV:
“Lo segundo, afirmo que sus socorros y letras antes son espías, contra
las órdenes de V.M., a sus enemigos, que socorros. Siendo verdad
infalible que todos los judíos de España consisten para los asientos en
dos cosas, que son caudal pronto y crédito puntual: con el caudal
trajinan y negocian, con el crédito socorren. El caudal, como siempre le
tienen sus pecados temeroso del Santo Oficio y amenazado de
confiscaciones, consiste en moneda y mercancías portátiles y siempre
dispuestas a la fuga. El crédito le tienen en Raguza, en Salónique, en
Ruán, en Ámsterdam; de manera que dependen para toda la puntualidad y
aceptación de sus letras de los que son enemigos de V.M. Pues si son
para Flandes, contra los herejes rebeldes, depende dellos propios la
paga; si contra los turcos, depende de los propios turcos; si contra los
franceses, depende de los franceses; si contra los herejes de Alemania,
depende de los mismos herejes la judería de Praga; y si se encendiese
guerra en Italia, dependerá de las sinagogas de Roma y Ligorna y
Venecia. V.M. sabe si será necesario prevenir esto, pues si se
presumiesen rumores entre las armas de V.M. y algunos potentados,
podrían estos asentistas judíos ser desde Vuestra corte la mejor parte
de sus ejércitos”.
Más testimonios que demuestran quién fue durante siglos el más tenaz
enemigo de España se pueden hallar en la documentadísima y voluminosa
obra "Los judíos en la España Moderna y Contemporánea", del reputado
antropólogo Julio Caro Baroja quien afirma sin titubeos:
“Y puede decirse que de las (familias judías españolas y portuguesas)
que se afincaron en Holanda, Inglaterra y otras partes, de mediados del
siglo XVII a mediados del XVIII, surgió, en gran parte, el cuerpo de
doctrina que en punto a la Inquisición, la monarquía española, etc, se
admitió como bueno en la Europa protestante hasta nuestros días: el
“marrano” tomó fuerte y justificada venganza de su país de origen en
cuantas ocasiones pudo”. (.)
“Si los judíos fueron aliados de los árabes contra los visigodos, sus
descendientes lo fueron contra la monarquía española, ora de los turcos,
ora de los holandeses, ora de los ingleses y aun en tiempo de
Richelieu, de manera más privada, de los franceses. Los hechos son
conocidos y no hay que recurrir a los textos hostiles, ni a las
justificaciones de los apologistas de Israel para conocerlos en toda su
extensión. Ya se ha indicado antes que en ciertas combinaciones
diplomáticas de los turcos contra España intervinieron judíos escapados
de la Península a mediados del siglo XVI. Posteriormente, los conversos
del Brasil, en relación con los judíos asentados en Ámsterdam secundaron
los planes de los holandeses en sus ataques a los puertos de aquel país
defendidos por portugueses y españoles. Se saben incluso los nombres de
los que actuaron como espías y expertos cuando el ataque de Bahía
(1623), la toma de Pernambuco, etc.”
Más datos de este conflicto del que la gran mayoría de los españoles no
ha oído ni hablar, los aporta el catedrático de Historia norteamericano
Philip W. Powell, Profesor Emérito de la Universidad de California,
Santa Bárbara, en su interesantísimo estudio Árbol de odio, la Leyenda
Negra y sus consecuencias en las relaciones entre Estados Unidos y el
Mundo Hispánico:
“Al salir de España, muchos judíos se fueron a Italia, los dominios
musulmanes, los Países Bajos, Alemania y Francia, lugares donde iba
aumentando la receptividad a la propaganda y acción antiespañola. En sus
nuevos lares, los judíos hicieron afanosamente cuanto estuvo a su
alcance para dañar el comercio español, y dieron ayuda a los proyectos
musulmanes de desquite por la derrota de Granada. Y la erudición judía y
dialéctica reconocida en materias teológicas, fueron puestas a veces al
servicio de la Revolución Protestante, que proporcionó a España tanta
angustia”. (.)
“Una extensión de este espionaje fue la estrecha relación entre los
sefarditas holandeses y el establecimiento de su gente en Inglaterra,
hacia mediados de siglo (XVII) y en vísperas de la ofensiva cromwelliana
contra las Indias Occidentales españolas. Cromwell supo aprovechar,
como en la época isabelina lo hiciera Cecil, los servicios de espías
judíos que conocían las lenguas y tenían contactos secretos tan valiosos
para hacer efectivos los ataques”. (.)
“Antes de finales del siglo XVII, la acción hebrea contra España se había proyectado a lo largo de tres líneas principales:
1. Extensa y muy influyente actividad por medio de publicaciones con fuertes características antiespañolas.
2. Acción en el comercio y en el espionaje para ayudar a los enemigos de España en la guerra y en la diplomacia.
3. Intensiva promoción de la mezcla de anti-Roma con anti-España, para
hacer sinónimos ambos canales de concepto y acción. Esta última faceta
no fue un monopolio judío en modo alguno, pero el sefardita tenía
especiales fundamentos para ello, y la fusión del odio papista y el odio
español, en la atmósfera anglo-holandesa, fue altamente atractiva para
los judíos”. (.)
Que este odio antiespañol ha perdurado en el corazón de los judíos más
allá de lo que podríamos imaginar resulta difícil de creer pero cierto.
Todos los historiadores judíos que han escrito sobre el pueblo de
Israel, han seguido cargando las tintas sistemáticamente contra España a
la menor ocasión. Como ejemplo, una pincelada recogida de la obra de
Werner Keller Historia del Pueblo Judío, tal vez el manual de historia
judía más internacionalmente conocido.
“Cuando en 1898 estalló la guerra de América contra España a causa de la
isla de Cuba, muchos judíos se presentaron voluntarios. Constituyeron
la mayoría de los soldados pertenecientes al regimiento de voluntarios
reclutados en Nueva York, y en Filadelfia formaron una legión judía.
Cuatro siglos después de que, en 1492, año de la expulsión de los judíos
de España, Luis de Torres fuera el primero en pisar el suelo de las
Indias Occidentales, el destino quiso que los judíos lucharan al lado de
la potencia que expulsó para siempre a España del Nuevo Mundo: perdió
la isla de Cuba y el resto de sus posesiones en las Indias
Occidentales.”
Podríamos, pues, concluir que España tuvo, efectivamente, un
enfrentamiento secular con el Islam. Entre el 711 y 1492, España se
forjó a sangre y fuego en una irrenunciable vocación europea y cristiana
que la llevó a una lucha titánica de ocho siglos para defender una
identidad que no estaba dispuesta a perder. Ningún otro país de Europa
se ha visto enfrentado a un desafío semejante y ninguno ha opuesto tanta
y tan prolongada resistencia a un invasor islámico.
Sin embargo, la España que surge de la Reconquista es ya la España
Imperial. Su vocación expansiva la hará chocar, efectivamente con el
Imperio otomano, que intentaba a su vez, expandirse hacia el
Mediterráneo occidental. Pero esta lucha contra el turco ya es una lucha
entre imperios. España se enfrentará sucesiva y a veces simultáneamente
a otomanos, franceses, ingleses, holandeses…
Pero si a
partir del siglo XVI alguien realmente socavó el poderío español
tenazmente, en una continua lucha de hostigamiento y desgaste que duró
siglos, no fue el Islam, sino la alianza más o menos encubierta del
mundo anglosajón protestante con el mundo judío.
Vidal, no lo olvidemos, aunque español, es protestante. Siente una
veneración casi patológica por el mundo anglosajón y su cultura, a la
que considera, desde una óptica bastante racista, muy superior a la
española católica. Además, considera a los judíos, como es lógico en una
cosmovisión tan simple, aliados y amigos de un occidente que los
Estados Unidos tienen el derecho y también el deber de liderar. Este
libro, bajo una aparente intención patriótica, no es más que un burdo
intento de subordinar nuestra historia a los intereses de la política
exterior norteamericana.
Una contundente respuesta a un sionista español | Tribulaciones Metapolíticas
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