¿Corrupción? Esto sí que es corrupción
Dimitri5 es un lector de El Confidencial. Y ha escrito, probablemente,
el comentario que mejor sintetiza el drama de la economía española:
“Mientras las administraciones no reduzcan su gasto, no hay solución”,
sostiene. “Es como Saturno devorando a sus hijos. La administración
acapara todo el crédito disponible con la colaboración de Bruselas”.
Y continúa Dimitri5: “Las normas de Basilea permiten que cuando un banco
invierte en deuda pública de un Estado insolvente, no tenga que
provisionar; y cuando presta a una pyme creadora de puestos de trabajo,
sí tenga que hacerlo. Se está distorsionando la financiación productiva
creadora de empleo, fuente de riqueza e ingresos para el fisco.
Desviándola al gasto improductivo, a la orgía de gastos de
administraciones públicas parasitarias. Duplicadas y colocadero de
políticos y otros paniaguados. Es inútil recibir ayuda de Bruselas para
rescatar al sector financiero si es para quemar esa ayuda en sueldos
improductivos. Sólo estamos hundiendo al país en una mayor deuda sin
esperanza de un retorno del dinero dilapidado”.
Difícil, muy difícil, resumir mejor en apenas un par de párrafos las
miserias de un país que, paradójicamente, celebra como un éxito que cada
semana el sector público se vea obligado a pedir casi 5.000 millones de
euros al mercado. Un auténtico disparate que sólo ayuda a enmudecer
los problemas, pero no los resuelve. Lo más chocante, sin embargo, es
que este proceso de endeudamiento (y empobrecimiento de la nación) se
produce en ausencia de un verdadero debate sobre hacia dónde va la
economía real más allá del tópico y las generalidades: mayor
competitividad y exportaciones. Mientras se pone el foco en la creación
de nuevas empresas con políticas a favor del emprendimiento (sin duda
necesarias), se deja morir a muchas que son viables.
España es hoy un páramo industrial. Y lo que es todavía peor, pasa de
puntillas sobre la orientación de la política económica como si se
tratara de un asunto menor. El sector público, volcado en su propio
ajuste, parece complacido con ese nuevo rol internacional que cumplirá
la economía a la salida de la crisis si nada lo remedia: un papel
subsidiario de las grandes potencias. Un país especializado en
suministrar mano de obra barata y productos de baja intensidad
tecnológica a la Europa del norte. Y que se articula a través de la
devaluación interna que se reclama desde Alemania.
Hace diez años, sin embargo, y como ha escrito el economista Daniel
Gros, se consideraba a Alemania el enfermo de Europa. Su economía era
incapaz de salir de la recesión, mientras que el resto del continente se
recuperaba. Su tasa de paro era superior a la media de la eurozona;
mantenía déficits excesivos, y su sistema financiero estaba en crisis.
Una década después, se ve a Alemania como un modelo que todos deberían
imitar.
España es hoy un páramo industrial. Y lo que es todavía peor, pasa de
puntillas sobre la orientación de la política económica.Muchos achacan
la recuperación alemana a la reforma laboral, pero su impacto ha sido
muy inferior al que suele decirse. Sin duda, por motivos ideológicos.
Alemania ha salido del pozo debido a que desde hace siglo y medio ha
contado con un aparato productivo muy potente volcado a las
exportaciones y fuertemente imbricado en el sistema educativo, lo que
le ha permitido aprovechar el despegue de los países emergentes. Eso
explica que apenas haya perdido cuota de mercado en un contexto muy
competitivo.
Los inventores
La vinculación entre la industria y el sistema educativo no es, desde
luego, un asunto baladí. Ni nuevo. A menudo se suelen poner como
ejemplo dos grandes figuras que influyeron de forma determinante en la
industrialización alemana. Una es Ernst Werner M. von Siemens (1816-
1892), ingeniero industrial y teniente de la artillería prusiana, capaz
de construir en 1847 un nuevo telégrafo que permitió tender cables
submarinos transoceánicos que sería la base para la creación de Siemens,
fundada ese mismo año. Hoy Siemens está presente en todo el planeta y
no sólo vendiendo los viejos tranvías que poblaron las grandes urbes. La
otra figura es Carl Duisberg (1861-1935), personaje esencial que
explica la creación del Grupo Bayer y el desarrollo de la industria
química y farmacéutica germana, estudiante de química en Göttingen y
Jena, antes de ser nombrado director de Farbenfabriken Bayer, quien
buscada un químico con talento para “hacer inventos”, como recordaba
hace algún tiempo el profesor Lamo de Espinosa.
Esos “inventos” son los que sostienen hoy la economía germana, que no
sólo ha aumentado su productividad gracias a la introducción de mayor
flexibilidad en sus relaciones laborales e industriales (Agenda 2010),
sino que, al mismo tiempo, ha tenido bien cuidado en preservar su
aparato productivo. Ese es, en realidad, el reto de la política
económica de Rajoy. No sólo rebajar la prima de riesgo, sino también
encauzar los diferentes modelos productivos que genera una economía
compleja como es la española.
Un reciente estudio de la profesora Eva Benages, pone de manifiesto
negro sobre blanco la naturaleza del problema. España fracasa en
intensidad en el uso del conocimiento. Y no sólo eso, continúa
confiando su crecimiento en los sectores con menor valor añadido:
construcción, hostelería, agricultura, ganadería, pesca o actividades
inmobiliarias, que apenas representan el 40% del valor añadido total.
No se contrata porque no se produce, no se produce porque no se vende,
no se vende porque nadie quiere gastar. Es por eso que parece el momento
de comenzar a reestructurar la deuda privada en sectores altamente
apalancadosO dicho en otros términos igualmente ilustrativos. Como se ha
puesto de relieve recientemente, España sigue a la cola, y muy a la
cola, en el ránking de patentes a nivel mundial. Entre las naciones
avanzadas, sólo por delante de países como Eslovaquia, Grecia o
Portugal, lo que da idea de que algo no se ha hecho bien.
La economía del conocimiento y las patentes son, en realidad, las dos
caras de una misma moneda que pueden evitar el mayor peligro que existe
actualmente en Europa: la divergencia entre economías que comparten una
misma divisa y que no aprovechan las externalidades debido a una
especialización productiva absurda. Unos producen mientras que otros
compran sus productos creando burbujas artificiales de dinero que
periódicamente explotan.
Esa Europa es inviable. No es posible que coexistan en la región enormes
diferencias sociales y económicas. Media docena de países disfrutan
ahora, por ejemplo, de un desempleo inferior al 7%, mientras que otra
media docena sufre un paro superior al 14% (y Grecia y España por encima
del 25%).
Castigo a las pymes españolas
Otro ejemplo igualmente ilustrativo que revela hasta qué punto ha
fracasado la unión monetaria. Las pymes españolas (datos de enero) pagan
por financiarse 221 puntos básicos más que las alemanas en las nuevas
operaciones de hasta un millón de euros. Y en contra de lo que pueda
creerse, pese a la rebaja de la prima de riesgo, ese diferencial no ha
dejado de crecer. Hace un año se situaba en 138 puntos básicos. Y en
noviembre de 2010 era cero. Como lo leen. Es decir, que pese a la moneda
única y la unión monetaria, la divergencia crece y crece. La prima de
riesgo baja, pero financiarse en cada vez más caro.
Es verdad que los ajustes realizados en Europa han corregido algunos
desequilibrios de los países periféricos. En particular en naciones como
España, cuya balanza de pagos cerró el año pasado con un déficit de
apenas el 0,8% del PIB (lejos del 10% que llegó a representar en 2007).
Pero como sostiene el economista Pisani-Ferry, la contracción de la
demanda interna explica en buena medida la mejora. No es fruto, por lo
tanto, de un avance sustancial de la competitividad, como de forma un
tanto cínica aseguran algunos altos funcionarios del Gobierno.
Como no puede ser de otra manera, la tendencia de los países con más
desempleo y menor productividad será deprimir los salarios para ser más
competitivos, pero ese sería un error estratégico. La solución pasa por
construir economías homogéneas y no basadas en una división artificial
parecida a lo que un día se llamó norte-sur. O ricos y pobres, como se
prefiera. Y lo cierto es que para evitar esa catástrofe no hay más
remedio que resolver el problema de la deuda. Tanto la soberana como la
privada.
El desapalancamiento es necesario para que puedan sobrevivir las
compañías que hoy sufren el racionamiento del crédito y que pueden caer
si la recesión se alargaPero ninguna crisis de deuda se ha resuelto sin
una quita por parte de los acreedores, salvo que se pretenda asfixiar a
los países, con todas las consecuencias fatales que eso conlleva (el PIB
de Grecia se ha contraído ya un 20%). Y una recesión prolongada sin
duda que puede llevarse por delante buena parte del tejido productivo de
un país, como de hecho puede estar sucediendo ya en España. Cerrar una
empresa es mucho más costoso que abrir una nueva.
Como diría el profesor Alfredo Pastor, “no se contrata porque no se
produce, no se produce porque no se vende, no se vende porque nadie
quiere gastar”. Es por eso que parece el momento de comenzar a
reestructurar la deuda privada en sectores altamente apalancados. Aunque
sufran los acreedores. No para salvar a empresas obsoletas e inviables;
sino, por el contrario, para que puedan sobrevivir las compañías que
hoy sufren el racionamiento del crédito y que pueden caer si la recesión
se alarga.
Una Europa no integrada social y económicamente será fuente de futuros
conflictos. Y es mejor resolverlos ahora que intentar hacerlo cuando sea
demasiado tarde. Y tal vez sea conveniente recordar una conversación
que mantuvieron Churchill y Roosevelt tras la II Guerra Mundial: "En una
ocasión", contaba el político británico en su imprescindible obra sobre
la contienda, "me dijo el presidente Roosevelt que estaba pidiendo
públicamente que le hicieran sugerencias sobre cómo llamar a esta
guerra. En seguida le propuse: 'la guerra innecesaria'. No ha habido
jamás una guerra más fácil de detener que la que acababa de arruinar lo
que quedaba del mundo después de la contienda anterior". Palabra de
Churchill.
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