¿Cuántos funcionarios hacen falta para matar una vaca?
La
respuesta es: tres. Al menos, en EEUU. Uno, para certificar que a la
vaca no se la sacrifica de manera cruel. Otro, para inspeccionar la
carne del animal y comprobar que no tiene enfermedades o parásitos
transmisibles al ser humano. Y un tercero para examinar los instrumentos
que se han utilizado en el sacrificio y comprobar que cumplen las
condiciones higiénicas.
Así lo explica The Washington Post en este artículo. Ahora, con el
recorte del gasto de EEUU, el Departamento de Agricultura dice que va a
tener que dar vacaciones forzosas y sin salario a algunos de esos
inspectores. La medida va a provocar cierres temporales de mataderos y,
por tanto, un precio de la carne más alto.
¿Hacen falta tres funcionarios para ver si a una vaca se la mata como
Dios manda? ¿No puede uno de ellos hacer dos cosas (por ejemplo, ver si
el animal no sufre demasiado y si no tiene bacterias)?
Un servidor no ha pisado un matadero en su vida, así que no tiene mucha
idea. Pero, en principio, le parece que la respuesta es 'no'.
Pero... ¿y si fuera que 'sí'? A fin de cuentas, con las cosas de comer no se juega.
En Europa estamos descubriendo que la carne de vaca es en realidad de
caballo, y en EEUU que la tercera parte del pescado que consumimos El fraude del pescado en EEUU | Estados Unidos | elmundo.es
no es lo que creemos que es. Un bacalao viaja 15.000 kilómetros en su
vida. Si cae en unas redes, viajará otros 15.000 kilómetros hasta que
llegue a la cazuela. En ese tiempo, solo Dios sabe cómo pueden filetear
al bicho, o qué le pueden poner, por no hablar de lo que ya tendría en
el cuerpo antes de morir. A este respecto, hay que recordar que las
orcas y los cachalotes no pueden, desde un punto de vista estrictamente
legal, estar en el mar en EEUU, porque tienen tal cantidad de
contaminación en sus tejidos que son basura tóxica.
El
problema es que demandamos protección jurídica para más y más cosas, lo
que implica que los Estados crezcan y crezcan. Es un problema de
solución difícil. La autorregulación del sector privado, después de la
hecatombe de 2008 en Wall Street, tiene pocos partidarios. La
privatización de servicios de supervisión y control podría ser una
opción, pero la experiencia con la privatización de parte de las Fuerzas
Armadas de EEUU ha sido bastante mala.
Como decía el ex comandante en jefe de la OTAN y banquero de inversión
Wesley Clark en 2004, cuando trató de ser candidato demócrata a la
presidencia de EEUU, una cosa es eficiencia y otra cosa es eficacia. El
sector privado se guía por la eficiencia. Las Fuerzas Armadas, por la
eficacia. Juntar ambos es una receta para el desastre.
Pero estamos en una economía realmente global. El gigante angloholandés
de la alimentación y los bienes de consumo Unilever tiene 160.000
proveedores en todo el mundo. ¿Quién los controla a todos? Nadie. Y, por
favor, que no lo haga la ONU.
La protección de los caladeros en EEUU ha provocado el aumento de las
importaciones de pescado de Asia, con lo que nos ponen en el plato peces
que son más bien termómetros con aletas, por la cantidad de mercurio
que tienen.
Todos estamos a favor de los recortes, siempre que no nos recorten a
nosotros. El mejor ejemplo de esa hipocresía es el país más obsesionado
con el déficit del mundo: EEUU.
El 54% de los estadounidenses favorecen un ‘mix’ de ajuste del déficit
que consista “sobre todo” en recortes del gasto. Pero ¿qué pasa cuando
se les da una lista de 19 partidas en las que recortar? Que en las 19
una mayoría de los ciudadanos quiere mantener el gasto actual... ¡o
aumentarlo! El gasto en Defensa, que ha explotado desde el 11-S y hoy es
un 250% mayor que entonces (700.000 millones de dólares contra 220.000)
no debe ser, según los estadounideses, recortado, que debe que crecer
todavía más.
De ese modo, los dirigentes de EEUU, no importa el partido, tienen incentivos de sus propios votantes a expandir el gasto.
En enero de 2012 conocí a un ex piloto de un avión de transporte C-47 y
veterano de Vietnam en un mitin de Mitt Romney que estaba preocupadísimo
por la expansión imparable del Estado. "Pero usted ha sido militar,
¿verdad? Usted ha trabajado para el Estado toda su vida", le dije.
"Bueno, mi caso es diferente", dijo.
Seis meses antes me había encontrado en Texas, cuando preparaba una
historia sobre la revolución energética que está viviendo EEUU, a un
taxista admirador de Sarah Palin. Tras glosar las virtudes de tan
liberal política (que, como gobernadora de Alaska, ha dirigido un
territorio que vive de las transferencias del Estado federal y de
sangrar a las petroleras) me explicó que el año siguiente iba a
apuntarse al Medicaid, el sistema sanitario para las personas de
ingresos bajos. Éste, al contrario que el militar, actuó de forma
preventiva y me dijo: "¡Me lo merezco!".
Al menos, esos son casos de autoengaño.
En una era geológica previa trabajé de prácticas en un diario regional
en el que uno de los jefes presumía de no pagar a Hacienda. "No uso
transporte público, no uso sanidad pública, y ya pago al Ayuntamiento en
los aparcamientos".
Unos años después me lo encontré inesperadamente en un bar. Había dejado
el periódico. Ahora era el jefe de prensa del presidente autonómico
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