Que no lo dijo cuanto estaba en el cargo.. porque puede que le interesara cobrar en lugar de intentar arreglar algo de ésta miseria de país.. otro de tantos que esperan que las cosas se arreglen mirando para otro lado.. país de analfabetos y cobardes..
La jueza de todas las leyes
Hay en el perfil de María Emilia Casas el resultado de una construcción
melancólica, como si el silencio y el secreto en el que ha tenido que
vivir mientras fue presidenta del Tribunal Constitucional la hubieran
acostumbrado a callar para no ser ella, sino la cúspide de ese
colectivo.
MARÍA EMILIA CASAS nació en Monforte de Lemos (Lugo) en 1950. Jurista de
prestigiosa trayectoria, ha sido presidenta del Tribunal
Constitucional.
A mucho obliga el silencio. En el ejercicio de ese trabajo pasaron por
sus manos documentos y decisiones de enorme calado, y para hacérselo más
difícil, los que creyeron que así tropezaría le inventaron de todo. Por
ejemplo, agrandaron un hecho chico en la vida de su marido (Jesús
Leguina, que es también catedrático de Derecho) para decir que ella
podría tener relaciones con HB. El hecho: la mujer que había trabajado
de criada en la casa de Jesús era la madre de un notorio dirigente de
HB. Años ha.
Asperezas de la vida. Excesivas, en todo caso. “Las víctimas del
terrorismo, a las que respeto plenamente, pidieron mi dimisión”. Delante
de su cara, más allá de su tranquila manera de recordar, hay un temblor
que no reprime. “¡Me causó un dolor tan grande! ¡Tanta falsedad!”. El
profundísimo disgusto que causa la maledicencia. De eso te recuperas
siendo parte del colectivo, creyendo que la persona es una parte
disgregada del oficio. Pero ahora es otra vez la persona; regresó a su
cátedra de Derecho del Trabajo en la Complutense (de donde faltó los
doce años que estuvo en el Constitucional) y ahí explica, por ejemplo,
la reforma laboral. Además tiene tiempo para respirar el aire de
Monforte (“ese es mi sitio”) y para reconstruirse tras una época en la
que de día mandaba la responsabilidad del silencio y en la que por la
noche la hundía en el insomnio.
En
el Alto Tribunal tuvo que sufrir las presiones para que desde allí
tuvieran otro rumbo la ley del matrimonio homosexual, la ley de la
paridad, el Estatuto de Cataluña. “Eran presiones que intentaban
politizar el Tribunal. Se trataba de hacer caer a uno u otro de los
magistrados que se presumían de una determinada adscripción ideológica
por haber sido propuestos en origen por uno de los partidos mayoritarios
en función de un cálculo de probabilidades acerca del resultado”.
“No es cierto que los magistrados del Constitucional estén vendidos a quienes los proponen”
A ella, eso le pareció deleznable. Pero no lo podía decir. Ahora lo
dice, su cara al frente. “Era una mezquindad terrible que hace un daño
institucional muy grande. También personal. Pero el daño institucional
es enorme porque transmite a los ciudadanos algo que no es verdadero”.
Lo que no es verdadero es que los magistrados no son independientes “y
están vendidos a quienes los propusieron”. Claro, se pregunta ella, “si
se asume que eso es así y se divulga, ¿quién va a creer en el
resultado?”.
Ese caldo de cultivo ha seguido bullendo, y ahora la crisis que domina
este país impide que se produzca en torno al Constitucional el debate
que desbarate en la opinión pública el lugar común que lo debilita: que
está vendido. Ese debate y los que quedan, dice María Emilia Casas, es
el que debe dejar paso a una regeneración. “Sé que la palabra es muy
antigua, pero necesitamos una regeneración, este país necesita un rearme
ético, cívico y moral absolutamente en todo”.
Entre los textos que guarda en su oficina guarda un texto de Tomás y Valiente, uno de sus predecesores en el Alto Tribunal.
Ahí respira, ya vuelve a ser María Emilia Casas, natural de Monforte de
Lemos, gallega que se hizo con esta frase de Álvaro Cunqueiro para andar
por la vida: “Na aspereza da vida cotiá, soñar é necesario e perder o
tesouro dos ensoños é perder o meirande dos tesoros do mundo”.
“El más grande de los tesoros del mundo”. Durante su trabajo más
complejo hasta el momento, un cierto insomnio innato se hizo presente
como un suelo resbaladizo. Dos horas, y despierta. Se lo mitigó entonces
leyendo por las noches libros de cocina, textos de Julio Camba, viejas
recetas. Una que recuerda le hace gracia. Para hacer un buen flan, “usar
huevos a placer”. El insomnio sigue; aquel trabajo periclitó, pero el
insomnio sigue. Ahora son otras las asperezas cotidianas de las que
hablaba su paisano Cunqueiro, pero las siguen mitigando los mismos
libros nocturnos, además de novela policiaca, a la que es adicta. Sobre
la mesa de su salón había algunos libros cuando la fuimos a ver, como si
estuviera ordenando la biblioteca y los hubiera apartado para volver a
leerlos. Los helechos arborescentes, de Umbral; Garras de astracán, de
Terenci Moix…
El insomnio seguirá, pero el semblante ha cambiado. De aquella mujer a
la que el cargo constitucional había puesto alerta a esta de ahora hay
el trecho que marca la distancia entre una personalidad y una persona.
No puede decir que sea feliz, palabra muy grande, pero está serena; “no
puedes decirlo si contemplas todo lo que pasa alrededor, y tampoco
puedes decir que seas plenamente feliz en un lugar como la Universidad,
donde los recortes tienen consecuencias tan graves”.
Cuando
volvió a clase no dijo “como decíamos ayer”, porque han pasado muchas
cosas (en su ámbito docente, en la vida), “y había que ponerse al día”.
Le vino bien sentir que no regresaba, sino que empezaba. Y empezó a
estudiar la reforma laboral. La enésima. Ahora no se lo tienen que decir
sus hijos, no lo tiene que leer en los periódicos. Ahora se lo dicen en
clase: la cosa está muy mal. “Todos los chicos están con una sensación
que los aplasta: no van a encontrar trabajo”.
No, no hay razón para el optimismo, ella no lo siente. No hay optimismo
ni sobre Europa, que en un tiempo “era lo que nos salvaba frente a un
mundo gris”. Cuando aquí la igualdad entre hombre y mujer era una
utopía, Europa ya llevaba años en esa senda. “E integrarnos en ese
camino fue una bocanada de aire fresco”. Ahora los jóvenes, dice con
pesadumbre, “reciben Europa como un castigo, como la imposición de
decisiones que afectan a los sistemas democráticos”.
La desigualdad es ahora mucho más que la distancia que hubo (y que
existe) entre hombres y mujeres; afecta a toda la sociedad, somos más
pobres, hay hogares españoles en los que nadie tiene trabajo, donde no
entra ninguna renta… “La situación económica nos convoca a un abismo.
Son retrocesos que cronifican durante décadas”. Por eso es tan
preocupante el futuro de los jóvenes, “que van a estar en unas
condiciones de pobreza económica, profesional y democrática de una
enorme gravedad social y política”.
La aspereza cotidiana. El tesoro de los ensueños. Ahí entra de lleno el
aire de Monforte. “Ahí tengo paz, hasta en el aire que se respira”. La
condición humana, que tanto le ha quitado el sueño por la maldad que
también encierra, alcanza allí un ámbito quimérico. “Nunca sentí en
Monforte la maledicencia, siempre percibí el respeto… Nadie me
preguntaba sobre el dolor y angustia que vivía en Madrid”.
Era como si hubiera estado allí el día antes. Ahora tiene en Monforte
una calle con su nombre, como su abuelo Roberto Baamonde; como su tío
político, el literato Luis Moure Mariño. “¿Cómo no me va a hacer feliz
Monforte?”. Hay una sombra que ella desvela con pesadumbre. Una vez dijo
que su padre “lo había hecho mejor [que ella] con los hijos”. “Él y su
familia tenían una paciencia infinita haciendo propios los problemas de
sus hijos”. Ella y Jesús tienen cuatro, bullen por la casa aún,
estudian. Su padre era Luis Casas, registrador de la propiedad. Fue su
modelo. “Yo no podría hacerlo igual, porque mis hijos pensarían que les
estaba invadiendo su privacidad, pero así tenía que ser entonces…”. Una
persona tan entera, tan entregada… “Y mi madre, igual; era hija única,
se volcaron. Fueron muy felices, evocar esa felicidad me hace feliz a
mí”.
–¿Y cuándo se hizo usted la madre de sus padres?
–Uf, eso pasó con mi madre. Pero mi padre murió muy joven desgraciadamente. Un infarto cerebral masivo, a los 63.
Fue en Nochebuena. Él estaba en Zamora, con Emilia Baamonde, su mujer;
volvían a Monforte, donde lo esperaba la familia… La noticia era fatal.
“Subimos a un tren hacia Astorga y luego fuimos en taxi hasta Zamora.
Nadie quería hacer una carrera como aquella en Nochebuena. Él estaba
inconsciente”.
Ella no estaba preparada para ese final, “nunca se está preparado para
la muerte”. “Pasé de que mi padre viniera a ayudarme con las maletas a
Monforte a perderlo para siempre… Estábamos de tertulia en la librería
del poeta Manuel María, era el 24 de diciembre de 1975, se acababa de
morir Franco. Llegó un primo mío, me dijo que tenía que marcharme porque
mi padre no estaba bien. Me fui con mi marido y con un tío que era
médico e hicimos aquel viaje horroroso. Mi tío y yo acariciábamos la
idea de que no iba a tener importancia. Cuando llegamos, ya no había
nada que hacer, esperar a que muriera. He vivido más sin él que con él”.
Su madre murió tras un alzhéimer que padeció durante ocho años, hasta
2000. Esa incomunicación le sigue enviando destellos. “Cada día yo
empezaba con gran fuerza de voluntad, no me gustaba verla así. Pero no
había comunicación. Tuvo un alzhéimer muy destructivo y acabó como un
vegetal. Murió en vida, a los 80 años”.
“Na aspereza da vida cotiá…”. Cuando su marido (vasco, de Bilbao) obtuvo
una cátedra en San Sebastián, en 1976, ella se fue como profesora a
Donosti. Hubo amenazas “continuas y muy inquietantes”, que la policía
primero identificó como provenientes de la extrema derecha. Amenazaban
también la vida de los niños, “sabían todo de nuestras vidas”.
Decidieron quedarse, hasta que avisaron a Jesús: “Peligra tu vida”. Ya
no era la extrema derecha, era ETA Político-militar. Él se fue, ella
obtuvo una plaza fija en Donosti, y allí siguió. La maldita flecha
estaba rondando, acabó con muchos en Euskadi, entre ellos algunos amigos
suyos, y el mediodía del 14 de febrero de 1996 acribilló a Tomás y
Valiente, uno de sus antecesores en el Constitucional, “una persona
irrepetible, un demócrata ejemplar”. Tanta desgracia detrás, ¿y ahora?
“Un alivio importantísimo… Mataron a tantos. Unos años terribles”.
Cuando aún no había sido relevada de su cargo, le preguntó Xosé Manuel
Pereiro en Monforte qué haría después. Ella dijo: “Tomar más aire”. Y
soñar, aunque insomne, riéndose con las ocurrencias de Camba y con esa
receta memorable para hacer un buen flan. “Huevos a placer”. Ella
repite: “¡Huevos a placer!”. Y se ríe María Emilia.
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