20130308

La jueza de todas las leyes

Que no lo dijo cuanto estaba en el cargo.. porque puede que le interesara cobrar en lugar de intentar arreglar algo de ésta miseria de país.. otro de tantos que esperan que las cosas se arreglen mirando para otro lado.. país de analfabetos y cobardes..


La jueza de todas las leyes

Hay en el perfil de María Emilia Casas el resultado de una construcción melancólica, como si el silencio y el secreto en el que ha tenido que vivir mientras fue presidenta del Tribunal Constitucional la hubieran acostumbrado a callar para no ser ella, sino la cúspide de ese colectivo.

MARÍA EMILIA CASAS nació en Monforte de Lemos (Lugo) en 1950. Jurista de prestigiosa trayectoria, ha sido presidenta del Tribunal Constitucional.

A mucho obliga el silencio. En el ejercicio de ese trabajo pasaron por sus manos documentos y decisiones de enorme calado, y para hacérselo más difícil, los que creyeron que así tropezaría le inventaron de todo. Por ejemplo, agrandaron un hecho chico en la vida de su marido (Jesús Leguina, que es también catedrático de Derecho) para decir que ella podría tener relaciones con HB. El hecho: la mujer que había trabajado de criada en la casa de Jesús era la madre de un notorio dirigente de HB. Años ha.

Asperezas de la vida. Excesivas, en todo caso. “Las víctimas del terrorismo, a las que respeto plenamente, pidieron mi dimisión”. Delante de su cara, más allá de su tranquila manera de recordar, hay un temblor que no reprime. “¡Me causó un dolor tan grande! ¡Tanta falsedad!”. El profundísimo disgusto que causa la maledicencia. De eso te recuperas siendo parte del colectivo, creyendo que la persona es una parte disgregada del oficio. Pero ahora es otra vez la persona; regresó a su cátedra de Derecho del Trabajo en la Complutense (de donde faltó los doce años que estuvo en el Constitucional) y ahí explica, por ejemplo, la reforma laboral. Además tiene tiempo para respirar el aire de Monforte (“ese es mi sitio”) y para reconstruirse tras una época en la que de día mandaba la responsabilidad del silencio y en la que por la noche la hundía en el insomnio.

En el Alto Tribunal tuvo que sufrir las presiones para que desde allí tuvieran otro rumbo la ley del matrimonio homosexual, la ley de la paridad, el Estatuto de Cataluña. “Eran presiones que intentaban politizar el Tribunal. Se trataba de hacer caer a uno u otro de los magistrados que se presumían de una determinada adscripción ideológica por haber sido propuestos en origen por uno de los partidos mayoritarios en función de un cálculo de probabilidades acerca del resultado”.

“No es cierto que los magistrados del Constitucional estén vendidos a quienes los proponen”

A ella, eso le pareció deleznable. Pero no lo podía decir. Ahora lo dice, su cara al frente. “Era una mezquindad terrible que hace un daño institucional muy grande. También personal. Pero el daño institucional es enorme porque transmite a los ciudadanos algo que no es verdadero”. Lo que no es verdadero es que los magistrados no son independientes “y están vendidos a quienes los propusieron”. Claro, se pregunta ella, “si se asume que eso es así y se divulga, ¿quién va a creer en el resultado?”.

Ese caldo de cultivo ha seguido bullendo, y ahora la crisis que domina este país impide que se produzca en torno al Constitucional el debate que desbarate en la opinión pública el lugar común que lo debilita: que está vendido. Ese debate y los que quedan, dice María Emilia Casas, es el que debe dejar paso a una regeneración. “Sé que la palabra es muy antigua, pero necesitamos una regeneración, este país necesita un rearme ético, cívico y moral absolutamente en todo”.


Entre los textos que guarda en su oficina guarda un texto de Tomás y Valiente, uno de sus predecesores en el Alto Tribunal.

Ahí respira, ya vuelve a ser María Emilia Casas, natural de Monforte de Lemos, gallega que se hizo con esta frase de Álvaro Cunqueiro para andar por la vida: “Na aspereza da vida cotiá, soñar é necesario e perder o tesouro dos ensoños é perder o meirande dos tesoros do mundo”.

“El más grande de los tesoros del mundo”. Durante su trabajo más complejo hasta el momento, un cierto insomnio innato se hizo presente como un suelo resbaladizo. Dos horas, y despierta. Se lo mitigó entonces leyendo por las noches libros de cocina, textos de Julio Camba, viejas recetas. Una que recuerda le hace gracia. Para hacer un buen flan, “usar huevos a placer”. El insomnio sigue; aquel trabajo periclitó, pero el insomnio sigue. Ahora son otras las asperezas cotidianas de las que hablaba su paisano Cunqueiro, pero las siguen mitigando los mismos libros nocturnos, además de novela policiaca, a la que es adicta. Sobre la mesa de su salón había algunos libros cuando la fuimos a ver, como si estuviera ordenando la biblioteca y los hubiera apartado para volver a leerlos. Los helechos arborescentes, de Umbral; Garras de astracán, de Terenci Moix…

El insomnio seguirá, pero el semblante ha cambiado. De aquella mujer a la que el cargo constitucional había puesto alerta a esta de ahora hay el trecho que marca la distancia entre una personalidad y una persona. No puede decir que sea feliz, palabra muy grande, pero está serena; “no puedes decirlo si contemplas todo lo que pasa alrededor, y tampoco puedes decir que seas plenamente feliz en un lugar como la Universidad, donde los recortes tienen consecuencias tan graves”.

Cuando volvió a clase no dijo “como decíamos ayer”, porque han pasado muchas cosas (en su ámbito docente, en la vida), “y había que ponerse al día”. Le vino bien sentir que no regresaba, sino que empezaba. Y empezó a estudiar la reforma laboral. La enésima. Ahora no se lo tienen que decir sus hijos, no lo tiene que leer en los periódicos. Ahora se lo dicen en clase: la cosa está muy mal. “Todos los chicos están con una sensación que los aplasta: no van a encontrar trabajo”.

No, no hay razón para el optimismo, ella no lo siente. No hay optimismo ni sobre Europa, que en un tiempo “era lo que nos salvaba frente a un mundo gris”. Cuando aquí la igualdad entre hombre y mujer era una utopía, Europa ya llevaba años en esa senda. “E integrarnos en ese camino fue una bocanada de aire fresco”. Ahora los jóvenes, dice con pesadumbre, “reciben Europa como un castigo, como la imposición de decisiones que afectan a los sistemas democráticos”.

La desigualdad es ahora mucho más que la distancia que hubo (y que existe) entre hombres y mujeres; afecta a toda la sociedad, somos más pobres, hay hogares españoles en los que nadie tiene trabajo, donde no entra ninguna renta… “La situación económica nos convoca a un abismo. Son retrocesos que cronifican durante décadas”. Por eso es tan preocupante el futuro de los jóvenes, “que van a estar en unas condiciones de pobreza económica, profesional y democrática de una enorme gravedad social y política”.


La aspereza cotidiana. El tesoro de los ensueños. Ahí entra de lleno el aire de Monforte. “Ahí tengo paz, hasta en el aire que se respira”. La condición humana, que tanto le ha quitado el sueño por la maldad que también encierra, alcanza allí un ámbito quimérico. “Nunca sentí en Monforte la maledicencia, siempre percibí el respeto… Nadie me preguntaba sobre el dolor y angustia que vivía en Madrid”.

Era como si hubiera estado allí el día antes. Ahora tiene en Monforte una calle con su nombre, como su abuelo Roberto Baamonde; como su tío político, el literato Luis Moure Mariño. “¿Cómo no me va a hacer feliz Monforte?”. Hay una sombra que ella desvela con pesadumbre. Una vez dijo que su padre “lo había hecho mejor [que ella] con los hijos”. “Él y su familia tenían una paciencia infinita haciendo propios los problemas de sus hijos”. Ella y Jesús tienen cuatro, bullen por la casa aún, estudian. Su padre era Luis Casas, registrador de la propiedad. Fue su modelo. “Yo no podría hacerlo igual, porque mis hijos pensarían que les estaba invadiendo su privacidad, pero así tenía que ser entonces…”. Una persona tan entera, tan entregada… “Y mi madre, igual; era hija única, se volcaron. Fueron muy felices, evocar esa felicidad me hace feliz a mí”.

–¿Y cuándo se hizo usted la madre de sus padres?

–Uf, eso pasó con mi madre. Pero mi padre murió muy joven desgraciadamente. Un infarto cerebral masivo, a los 63.

Fue en Nochebuena. Él estaba en Zamora, con Emilia Baamonde, su mujer; volvían a Monforte, donde lo esperaba la familia… La noticia era fatal. “Subimos a un tren hacia Astorga y luego fuimos en taxi hasta Zamora. Nadie quería hacer una carrera como aquella en Nochebuena. Él estaba inconsciente”.

Ella no estaba preparada para ese final, “nunca se está preparado para la muerte”. “Pasé de que mi padre viniera a ayudarme con las maletas a Monforte a perderlo para siempre… Estábamos de tertulia en la librería del poeta Manuel María, era el 24 de diciembre de 1975, se acababa de morir Franco. Llegó un primo mío, me dijo que tenía que marcharme porque mi padre no estaba bien. Me fui con mi marido y con un tío que era médico e hicimos aquel viaje horroroso. Mi tío y yo acariciábamos la idea de que no iba a tener importancia. Cuando llegamos, ya no había nada que hacer, esperar a que muriera. He vivido más sin él que con él”. Su madre murió tras un alzhéimer que padeció durante ocho años, hasta 2000. Esa incomunicación le sigue enviando destellos. “Cada día yo empezaba con gran fuerza de voluntad, no me gustaba verla así. Pero no había comunicación. Tuvo un alzhéimer muy destructivo y acabó como un vegetal. Murió en vida, a los 80 años”.

“Na aspereza da vida cotiá…”. Cuando su marido (vasco, de Bilbao) obtuvo una cátedra en San Sebastián, en 1976, ella se fue como profesora a Donosti. Hubo amenazas “continuas y muy inquietantes”, que la policía primero identificó como provenientes de la extrema derecha. Amenazaban también la vida de los niños, “sabían todo de nuestras vidas”. Decidieron quedarse, hasta que avisaron a Jesús: “Peligra tu vida”. Ya no era la extrema derecha, era ETA Político-militar. Él se fue, ella obtuvo una plaza fija en Donosti, y allí siguió. La maldita flecha estaba rondando, acabó con muchos en Euskadi, entre ellos algunos amigos suyos, y el mediodía del 14 de febrero de 1996 acribilló a Tomás y Valiente, uno de sus antecesores en el Constitucional, “una persona irrepetible, un demócrata ejemplar”. Tanta desgracia detrás, ¿y ahora? “Un alivio importantísimo… Mataron a tantos. Unos años terribles”.

Cuando aún no había sido relevada de su cargo, le preguntó Xosé Manuel Pereiro en Monforte qué haría después. Ella dijo: “Tomar más aire”. Y soñar, aunque insomne, riéndose con las ocurrencias de Camba y con esa receta memorable para hacer un buen flan. “Huevos a placer”. Ella repite: “¡Huevos a placer!”. Y se ríe María Emilia.

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