La trampa de la vocación, un camino directo a la miseria
“La hija de un amigo está a punto de entrar en la universidad”, comenta
Gloria, periodista de 50 años, mientras se toma un café en la Gran Vía
de Madrid. “Es una chica mona, lista, bastante brillante, y me tiene un
poco idealizada. Por lo que sea, he sido una figura de referencia para
ella en otras cosas. Y entonces de repente un día me dice: ‘Quiero ser
como tú, quiero ser periodista’ y yo pensé ‘ni de coña, ni se te ocurra,
no hagas lo que yo, tienes cuatro mil posibilidades distintas y
mejores”. Se lo intenté decir, pero no hay manera. Quieren ser como tú
pero no están dispuestos a que les digas tú lo que deben ser, claro, es
normal, pero, ¿qué sentido tiene meterse en una profesión que está en
crisis absoluta y en la cual el ochenta por ciento vivimos como
mendigos?”.
Lo que está definiendo Gloria es un fenómeno peculiar que hasta hace
poco se circunscribía al mundo de las artes, donde mucha gente trabajaba
sin la esperanza de una contrapartida monetaria que le permitiera
vivir, por pura vocación o porque así estaba establecido el circo
cultural. “Ahora”, opina Gloria, “las cosas han cambiado radicalmente.
Por ejemplo, ya no hacen falta más periodistas. Nos sobran abogados. Los
arquitectos están todos de brazos cruzados o emigrando, y sin embargo
la gente parece que no se ha dado cuenta. Se siguen empezando carreras
sin sentido, se siguen recorriendo los caminos que nos han llevado a
este desastre. Hoy en día, siendo serios, esas elecciones han dejado de
ser una opción realista para encontrar un trabajo”.
Estrellarse cada dos por tres.
Gloria tiene razón. Multitud de profesiones se han convertido en una
trampa para muchos de quienes apostaron por ellas, por vocación o como
opción vital. Las esperanzas que habían depositado en la formación como
pasaje para una vida estable y económicamente digna están
desvaneciéndose, de modo que no es raro que, cuando las nuevas
generaciones pretenden seguir por ese camino, o cuando las maduras se
resisten a abandonarlo, muchos se echen las manos a la cabeza.
Persistimos en ello porque pensamos que, a pesar de todo, es la mejor
vía para sortear los problemas. Si sabemos manejarnos bien en un sector,
¿por qué dar el salto a otro que desconocemos y que, en primera
instancia, nos ofrece opciones menos satisfactorias?
Y no es un mal que ocurre sólo entre universitarios, opina Marina,
funcionaria, de 40 años, quien aprecia en su trabajo cotidiano cómo la
gente no se da por enterada de que la demanda ha caído en picado con la
crisis. “Hay una saturación general. Vas a un barrio, ves que la mitad
de los locales están vacíos y entonces alquilas un sitio y montas otro
pub más… o un restaurante. ¿Parece absurdo, no? Pues se hace todos los
días, la gente persiste en mecánicas que ahora son imposibles. Se
estrellan cada dos por tres, claro”.
Colapso total
Para Rafael Pampillón (en la foto), Director del área de economía del
Instituto de Empresa, el futuro no se muestra esperanzador, pero habrá
quienes logren sobrevivir sin problemas, e incluso consigan sacar rédito
de los tiempos. “Saldrán adelante quienes estén bien formados y
trabajen en sectores exportadores, que es el nuevo modelo en el que
estamos instalados. Quienes oferten bienes o servicios de alto nivel
tecnológico y con valor añadido, lo tendrán fácil. El resto, tendrá que
emigrar. Muchas profesiones lo están pasando mal porque la economía en
su conjunto está colapsando. Los datos son catastróficos y eso nos
obliga a reestructurarnos. O a marcharnos a otros lugares”.
En ese panorama ya instalado, persistir en la vocación, o en aquello en
lo que has elegido trabajar, resulta una jugada equivocada: implica
precariedad continua, retribuciones muy escasas, arrastrarse buscando
empleos en los que a menudo no se cobrará, o persistir en trabajos muy
mal pagados a los que dedicas muchas horas.
"Muchos acabamos en profesiones –sean luego mejores o peores– porque nos
fascina una idea que flota sobre esas profesiones y que luego no tiene
nada que ver con la realidad”, reflexiona Gloria, acabando su café. “A
mí misma me pasó, pero ¿cómo lo explicas? De hecho, no tiene sentido que
tanta gente siga haciendo la carrera de periodismo, excepto si hay un
mito creado en torno a eso. El mito de siempre, de los reporteros de
guerra, el glamour, la independencia… Llevo tanto en ello que he dejado
de entender ese mito, incluso como publicidad, pero, mira, creo que todo
esto no se diferencie mucho del tema de las groupies o de los
militares. Te dicen ‘alístate y verás mundo’, te dicen ‘conocerás a tus
ídolos’. Y es increíble, pero la gente sigue picando y entrando en masa a
esto como si fuese una tierra prometida. Alguien debería decirles de
manera realista lo que se puede y no se puede esperar de cada
profesión”.
Alicia llegó a los cuarenta hace un par de años. Trabaja en el sector
cultural, haciendo aquello que eligió. Hace tiempo ya que abandonó un
trabajo seguro, que le prometía estabilidad e insatisfacción, para
dedicarse a lo que le gustaba. Alicia es una guapísima hipster que
sonríe con frecuencia, y que transmite convencimiento y vitalidad cuando
afirma que su hijo debe seguir un camino vocacional para ganarse la
vida cuando crezca. “Hay que educar a los niños de otra manera,
fomentando su creatividad”. La creencia de Alicia en que el futuro pasa
por conseguir que los chicos desarrollen habilidades en lugar de
acumular conocimientos es común en sectores más progresistas, que
entienden que la salida de esta situación no puede ser otra que la de
favorecer la innovación. Las personas educadas de otra manera traerían
nuevas miradas y nuevas ideas, que son justo lo que necesitamos… “Y
después, si nuestros hijos tienen que irse fuera”, apostilla Alicia, “ya
lo harán. Se buscarán la vida, porque tendrán instrumentos para ello”.
Hay que echarle valor, pero merece la pena.
Ignacio, ingeniero de telecomunicaciones, tiene 32, vive en Berlín y
comparte su tesis. Su historia es la de un reencuentro con la vocación:
“Yo soy un firme defensor de que uno debe trabajar en aquello que se le
da mejor. No sé si es lo mismo que una vocación, pero se parece, porque
cuando haces algo muy bien, te retroalimenta, te reafirmas. Lo que pasa
es que hay que buscarlo en dos sentidos: el personal y el profesional.
Yo, durante un tiempo, me separé de estas cosas que hago porque me casé y
mi mujer con quería moverse de su pueblo, y montamos una tienda, fue un
poco una locura, aunque yo seguía trabajando en algunas cosas
relacionadas con lo mío. Al final me separé y me encontré allí perdido, y
tuve que retomar mi carrera, digamos, desde cero. Al final conseguí
curro, me vine a Berlín y me va cojonudamente. Tengo amigos, estoy
valorado. Pero claro, tienes que luchar primero contra los
condicionantes personales, después contra todo ese rollo social de
‘¿cómo te vas a ir de casa?’. Hay que echarle un poco de huevos, pero
vale la pena. Hacer cosas que no te gustan lo vicia todo mucho. Sobre
todo si hay otras que te gustan y se te dan bien. Claro que en España
está jodida la cosa”.
“Trabajar en lo que haces bien, además, aumenta tus posibilidades. Es
una cuestión de autoestima. De repente recuerdas que eres bueno en eso y
al cabo de un tiempo empiezas a decirte que también podrías estar en un
puesto mejor, o en una empresa mejor, y luchas por eso. En mi antigua
vida las expectativas eran distintas, no veías esto. Yo recomiendo a la
gente que no tenga demasiado miedo a salir, la mayor parte de las cosas
son muy positivas. Me refiero a si estás haciendo algo que te gusta y
que en España tenga menos salida”.
Pero si no saben lo que quieren
Para Luis, músico y camarero de 30 años, todo esto no son más que
leyendas urbanas que le provocan cierta hilaridad, cuentos de noches de
verano que consiguen que la gente se marche de España y vuelva al poco
tiempo con una mano detrás de otra. “La vocación no es un concepto
general. Dos tercios de los chavales no saben lo que quieren, y el resto
quieren algo que les permita independizarse cuanto antes. La vocación
suele ser un fruto tardío porque no se fomenta en ningún momento, así
que sólo las más potentes fructifican. Hay que sacrificarse demasiado.
Ponen demasiados obstáculos, y sólo unos cuantos van a poder
conseguirlo, aquí y fuera. No poder ganarte el pan con una profesión
determinada es un obstáculo definitivo. Aquí durante muchos años se nos
machacó con que o eras abogado o te morías de hambre, y la verdad es que
casi era así. Ahora los abogados se mueren de hambre también y no lo
comprenden. Que se jodan”.
Martín, un hostelero de 32 que da empleo ocasional a Luis, tiene una
visión más pragmática. Para él, la vocación no es más que “una excusa de
vagos”. “Llevo trabajando en bares desde los 19 y la única dignidad la
veo en ganarse la vida. Lo he hecho con cosas que me gustaban más y
otras que me gustaban menos y ahora tengo dos bares y estoy contento.
¿Era mi vocación? Digamos que mi vocación es ser autosuficiente y no
tener que pedirle dinero a nadie para hacer lo que quiero. Hay mucha
gente que pone la vocación como una excusa. Estoy harto de gente que
sigue con cuarenta años protegida por la familia, con papá y mamá
pagando las facturas. Que trabajen y se dejen de historias”.
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