20130323

La trampa de la vocación, un camino directo a la miseria

La trampa de la vocación, un camino directo a la miseria

“La hija de un amigo está a punto de entrar en la universidad”, comenta Gloria, periodista de 50 años, mientras se toma un café en la Gran Vía de Madrid. “Es una chica mona, lista, bastante brillante, y me tiene un poco idealizada. Por lo que sea, he sido una figura de referencia para ella en otras cosas. Y entonces de repente un día me dice: ‘Quiero ser como tú, quiero ser periodista’ y yo pensé ‘ni de coña, ni se te ocurra, no hagas lo que yo, tienes cuatro mil posibilidades distintas y mejores”. Se lo intenté decir, pero no hay manera. Quieren ser como tú pero no están dispuestos a que les digas tú lo que deben ser, claro, es normal, pero, ¿qué sentido tiene meterse en una profesión que está en crisis absoluta y en la cual el ochenta por ciento vivimos como mendigos?”.

Lo que está definiendo Gloria es un fenómeno peculiar que hasta hace poco se circunscribía al mundo de las artes, donde mucha gente trabajaba sin la esperanza de una contrapartida monetaria que le permitiera vivir, por pura vocación o porque así estaba establecido el circo cultural. “Ahora”, opina Gloria, “las cosas han cambiado radicalmente. Por ejemplo, ya no hacen falta más periodistas. Nos sobran abogados. Los arquitectos están todos de brazos cruzados o emigrando, y sin embargo la gente parece que no se ha dado cuenta. Se siguen empezando carreras sin sentido, se siguen recorriendo los caminos que nos han llevado a este desastre. Hoy en día, siendo serios, esas elecciones han dejado de ser una opción realista para encontrar un trabajo”.

Estrellarse cada dos por tres.

Gloria tiene razón. Multitud de profesiones se han convertido en una trampa para muchos de quienes apostaron por ellas, por vocación o como opción vital. Las esperanzas que habían depositado en la formación como pasaje para una vida estable y económicamente digna están desvaneciéndose, de modo que no es raro que, cuando las nuevas generaciones pretenden seguir por ese camino, o cuando las maduras se resisten a abandonarlo, muchos se echen las manos a la cabeza. Persistimos en ello porque pensamos que, a pesar de todo, es la mejor vía para sortear los problemas. Si sabemos manejarnos bien en un sector, ¿por qué dar el salto a otro que desconocemos y que, en primera instancia, nos ofrece opciones menos satisfactorias?

Y no es un mal que ocurre sólo entre universitarios, opina Marina, funcionaria, de 40 años, quien aprecia en su trabajo cotidiano cómo la gente no se da por enterada de que la demanda ha caído en picado con la crisis. “Hay una saturación general. Vas a un barrio, ves que la mitad de los locales están vacíos y entonces alquilas un sitio y montas otro pub más… o un restaurante. ¿Parece absurdo, no? Pues se hace todos los días, la gente persiste en mecánicas que ahora son imposibles. Se estrellan cada dos por tres, claro”.

Colapso total

Para Rafael Pampillón (en la foto), Director del área de economía del Instituto de Empresa, el futuro no se muestra esperanzador, pero habrá quienes logren sobrevivir sin problemas, e incluso consigan sacar rédito de los tiempos. “Saldrán adelante quienes estén bien formados y trabajen en sectores exportadores, que es el nuevo modelo en el que estamos instalados. Quienes oferten bienes o servicios de alto nivel tecnológico y con valor añadido, lo tendrán fácil. El resto, tendrá que emigrar. Muchas profesiones lo están pasando mal porque la economía en su conjunto está colapsando. Los datos son catastróficos y eso nos obliga a reestructurarnos. O a marcharnos a otros lugares”.

En ese panorama ya instalado, persistir en la vocación, o en aquello en lo que has elegido trabajar, resulta una jugada equivocada: implica precariedad continua, retribuciones muy escasas, arrastrarse buscando empleos en los que a menudo no se cobrará, o persistir en trabajos muy mal pagados a los que dedicas muchas horas.


"Muchos acabamos en profesiones –sean luego mejores o peores– porque nos fascina una idea que flota sobre esas profesiones y que luego no tiene nada que ver con la realidad”, reflexiona Gloria, acabando su café. “A mí misma me pasó, pero ¿cómo lo explicas? De hecho, no tiene sentido que tanta gente siga haciendo la carrera de periodismo, excepto si hay un mito creado en torno a eso. El mito de siempre, de los reporteros de guerra, el glamour, la independencia… Llevo tanto en ello que he dejado de entender ese mito, incluso como publicidad, pero, mira, creo que todo esto no se diferencie mucho del tema de las groupies o de los militares. Te dicen ‘alístate y verás mundo’, te dicen ‘conocerás a tus ídolos’. Y es increíble, pero la gente sigue picando y entrando en masa a esto como si fuese una tierra prometida. Alguien debería decirles de manera realista lo que se puede y no se puede esperar de cada profesión”.


Alicia llegó a los cuarenta hace un par de años. Trabaja en el sector cultural, haciendo aquello que eligió. Hace tiempo ya que abandonó un trabajo seguro, que le prometía estabilidad e insatisfacción, para dedicarse a lo que le gustaba. Alicia es una guapísima hipster que sonríe con frecuencia, y que transmite convencimiento y vitalidad cuando afirma que su hijo debe seguir un camino vocacional para ganarse la vida cuando crezca. “Hay que educar a los niños de otra manera, fomentando su creatividad”. La creencia de Alicia en que el futuro pasa por conseguir que los chicos desarrollen habilidades en lugar de acumular conocimientos es común en sectores más progresistas, que entienden que la salida de esta situación no puede ser otra que la de favorecer la innovación. Las personas educadas de otra manera traerían nuevas miradas y nuevas ideas, que son justo lo que necesitamos… “Y después, si nuestros hijos tienen que irse fuera”, apostilla Alicia, “ya lo harán. Se buscarán la vida, porque tendrán instrumentos para ello”.

Hay que echarle valor, pero merece la pena.

Ignacio, ingeniero de telecomunicaciones, tiene 32, vive en Berlín y comparte su tesis. Su historia es la de un reencuentro con la vocación: “Yo soy un firme defensor de que uno debe trabajar en aquello que se le da mejor. No sé si es lo mismo que una vocación, pero se parece, porque cuando haces algo muy bien, te retroalimenta, te reafirmas. Lo que pasa es que hay que buscarlo en dos sentidos: el personal y el profesional. Yo, durante un tiempo, me separé de estas cosas que hago porque me casé y mi mujer con quería moverse de su pueblo, y montamos una tienda, fue un poco una locura, aunque yo seguía trabajando en algunas cosas relacionadas con lo mío. Al final me separé y me encontré allí perdido, y tuve que retomar mi carrera, digamos, desde cero. Al final conseguí curro, me vine a Berlín y me va cojonudamente. Tengo amigos, estoy valorado. Pero claro, tienes que luchar primero contra los condicionantes personales, después contra todo ese rollo social de ‘¿cómo te vas a ir de casa?’. Hay que echarle un poco de huevos, pero vale la pena. Hacer cosas que no te gustan lo vicia todo mucho. Sobre todo si hay otras que te gustan y se te dan bien. Claro que en España está jodida la cosa”.

“Trabajar en lo que haces bien, además, aumenta tus posibilidades. Es una cuestión de autoestima. De repente recuerdas que eres bueno en eso y al cabo de un tiempo empiezas a decirte que también podrías estar en un puesto mejor, o en una empresa mejor, y luchas por eso. En mi antigua vida las expectativas eran distintas, no veías esto. Yo recomiendo a la gente que no tenga demasiado miedo a salir, la mayor parte de las cosas son muy positivas. Me refiero a si estás haciendo algo que te gusta y que en España tenga menos salida”.

Pero si no saben lo que quieren

Para Luis, músico y camarero de 30 años, todo esto no son más que leyendas urbanas que le provocan cierta hilaridad, cuentos de noches de verano que consiguen que la gente se marche de España y vuelva al poco tiempo con una mano detrás de otra. “La vocación no es un concepto general. Dos tercios de los chavales no saben lo que quieren, y el resto quieren algo que les permita independizarse cuanto antes. La vocación suele ser un fruto tardío porque no se fomenta en ningún momento, así que sólo las más potentes fructifican. Hay que sacrificarse demasiado. Ponen demasiados obstáculos, y sólo unos cuantos van a poder conseguirlo, aquí y fuera. No poder ganarte el pan con una profesión determinada es un obstáculo definitivo. Aquí durante muchos años se nos machacó con que o eras abogado o te morías de hambre, y la verdad es que casi era así. Ahora los abogados se mueren de hambre también y no lo comprenden. Que se jodan”.

Martín, un hostelero de 32 que da empleo ocasional a Luis, tiene una visión más pragmática. Para él, la vocación no es más que “una excusa de vagos”. “Llevo trabajando en bares desde los 19 y la única dignidad la veo en ganarse la vida. Lo he hecho con cosas que me gustaban más y otras que me gustaban menos y ahora tengo dos bares y estoy contento. ¿Era mi vocación? Digamos que mi vocación es ser autosuficiente y no tener que pedirle dinero a nadie para hacer lo que quiero. Hay mucha gente que pone la vocación como una excusa. Estoy harto de gente que sigue con cuarenta años protegida por la familia, con papá y mamá pagando las facturas. Que trabajen y se dejen de historias”.

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