Madrid no está para Juegos
La frontera mejor blindada se halla siempre
en el centro. De ahí que uno de los mayores inconvenientes de España se
llame Madrid, que además no pierde oportunidad de recordárselo al resto
del país. Obama hizo campaña contra Washington, ojalá aquí ocurriera lo
mismo. A la capital donde se cuece el estrepitoso descalabro económico
sólo le faltaban unos Juegos, por lo que se ha decidido a comprarlos con
el dinero ajeno. Parece un chiste, y no demasiado bueno. Aunque un
caballo es un asno descrito por su vendedor, las autoridades
madrileñistas no han logrado contagiar su entusiasmo. Con buen criterio,
los contribuyentes consideran que existen terapias más baratas para
curarse del complejo que la sede del Gobierno arrastra desde
Barcelona´92.
Una década después de Atenas´04, que prefigura el
hundimiento de un país entero, Madrid ha montado unas jornadas de
sumisión a la organización no religiosa más corrupta de la historia, el
Comité Olímpico Internacional, al que aspiraba el inmarcesible
Urdangarin, vicepresidente a la sazón del Comité Olímpico Español. El
yerno del rey ya cobró del contribuyente en anteriores candidaturas
frustradas a cambio de servicios inciertos, y Madrid´20 debe programar
algún foro del filantrópico Instituto Nóos. De paso, entre las
orgullosas infraestructuras de los Juegos madrileños ha de incluirse la
creación del tribunal que juzgará a sus promotores.
Madrid se ha
arrodillado ante el COI de Urdangarin con tanta vehemencia como lo hace
ante el FMI de los imputados Rato y Lagarde, tomando en ambos casos como
rehén al resto de la población. Si no perdieran tanto tiempo
genuflexos, los gobernantes españoles podrían haber arrancado a sus
conciudadanos de la postración. Nadie curará a la capital de la
convicción de que merece los Juegos pagados a escote, pero conviene
deshacer la coartada del milagro olímpico londinense. Aun admitiendo que
Inglaterra sucumbió con Londres´12 a una bochornosa ola de patriotismo,
los enamorados de los últimos Juegos pueden repasar los datos de la
economía británica un año después. Con el agravante de que la invasión
de deportistas afectó negativamente al número de turistas civilizados.
Madrid
no está para Juegos, aunque el dispendio estratosférico anejo a la
competición alimente el parasitismo de las corinnas de distintos
precios, que cobran por resolver los problemas artificiales creados
previamente por sus amigos entrañables. La sola hipótesis de Madrid´20
desnuda la inconsciencia sobre la situación real del país, aunque es
posible que los estadios se llenaran si se garantiza la participación en
las carreras de residentes madrileños tan ilustres como Ana Botella o
su correligionario Luis Bárcenas. Para sufragar el dislate, habrá que
recortar con mayor intensidad las becas y el I+D, mucho menos
comerciales que un adulto contorsionándose en calzón corto.
Los
grandes fastos son un formulismo legal para avalar la corrupción. El
cacareado triunfo de deportistas españoles en las disciplinas más
variadas resalta la evidencia de que estos sudores no liberan al país de
la crisis, aunque permitan la radicación en paraísos fiscales a sus
atletas más destacados. En todo caso, se podría encomendar la gestión
política a los autores del milagro deportivo sin necesidad de un
intercambio de roles, dado que a nadie se le ocurriría alistar a Montoro
en el salto de pértiga. Para demostrar que su propuesta goza de una
elaboración científica, los responsables de Madrid´20 han subyugado al
planeta con una propuesta revolucionaria para el volei playa, que no
conlleva excepcionalmente el recorte de los calzones de las jugadoras.
La
candidatura a Madrid´20 es una vergüenza nacional, por no hablar de la
afrenta a los parados. Como de costumbre, hay que confiar en que la
disciplinada Alemania haga estallar la burbuja olímpica antes de que sea
demasiado tarde. Los organizadores del festejo taurinodeportivo, pues
han incluido una plaza de toros entre los escenarios, se comportan como
nuevos pobres. En caso de que el delirio se prolongue, siempre cabe
confiar en una hipotética derrota ante Estambul, que convertiría a
Madrid en el hazmerreír de Europa por tercera Olimpiada consecutiva. En
tal caso, se frustraría la mayor emoción de los Juegos, pasarse dos
semanas calibrando si los deportistas vascos y catalanes aplauden el
himno con los decibelios de ordenanza.
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