20130329

Se van los científicos… ¿vuelven las suecas?

Se van los científicos… ¿vuelven las suecas?

Los que tenemos una cierta edad (los de 40, no se vayan a pensar), esbozamos una sonrisa cuando imaginamos a Alfredo Landa en sus tiempos mozos, bañador ajustado y pelo en pecho, persiguiendo por la playa a las extranjeras al grito de “¡Qué vienen las suecas!”. Esa España lejana (o no tanto, han pasado solo 30 años), se diferencia de la nuestra en que el español medio (y no hablo de la talla, aunque también, 1’60 en aquella época) no conocía lo que había más allá de Pirineos, y Portugal era un lugar pasando Extremadura donde se viajaba con el firme propósito de comprar toallas.

Las cosas han cambiado para bien, ¡faltaría más!, y aparte de aumentar nuestra talla celtibérica (en unos 18 centímetros, cifra nada desdeñable), nuestro país ha sufrido un cambio sideral. Nos hemos modernizado y tecnificado, consiguiendo en unos pocos años estar a la altura del resto de Europa y de los países más avanzados. Gran culpa de ello se ha debido a la ciencia (aunque mayoritariamente importada, no se nos olvide). Los hornos microondas, los navegadores en nuestros coches o los diagnósticos no invasivos por imagen dibujan un país futurista en comparación con los caducos hornillos de gas, los 850 circulando por las carreteras secundarias salpicadas de mojones kilométricos, o los practicantes esterilizando jeringuillas en bandejas metálicas entre paciente y paciente, por no hablar de cosas más complejas.

Los españoles también hemos viajado, más aún si cabe los científicos por nuestras obligaciones laborales (de hecho este artículo está escrito en pleno vuelo), lo que nos ha permitido saber que ahí fuera hay otros sitios donde se vive razonablemente bien, donde se valora nuestro trabajo, donde se nos paga de acuerdo a nuestra formación y donde siempre habrá una oportunidad (tal vez en Perpignan, tal vez en Nueva York). Si les da por seguir en Twitter a científicos en vez de a futbolistas observarán que, salvo honrosas excepciones, las quejas debidas a la destrucción de la ciencia en España, y a la falta de opciones para nuestros científicos, son el pan de cada día. Y no se crean, el cuidado a los investigadores va a condicionar el futuro de nuestro país. España tiene que decidir ahora de qué quiere vivir dentro de 20 años, y mucho me temo que, o invertimos en conocimiento o desconstruimos y volvemos a construir los cientos de miles de pisos de la burbuja inmobiliaria. Porque no nos vamos a poner a competir en producción con China o India ¿no les parece?

Un grupo de países ya se ha dado cuenta de la importancia de la inversión en ciencia para construir su futuro. Otros ya lo sabían. Unos años antes del éxito rutilante de Alfredo Landa y de su evolución (o involución) al cine del destape, John F. Kennedy proponía como objetivo nacional poner un hombre en la superficie de la luna y traerlo después sano y salvo a la Tierra. Sí, ya sé que la comparación de Alfredo Landa con JFK es demagógica, pero me resulta altamente sugerente. El año pasado Barack Obama se marcaba el objetivo “PAD2020 (Prevent Alzheimer’s Disease 2020)”: terminar con la enfermedad de Alzheimer antes de que acabara la década. Justo una año antes se celebraban elecciones en nuestro país. ¿Se acuerdan de alguna promesa electoral relacionada con la ciencia? Yo tampoco. Y no, no es porque los españoles seamos más tontos o más pobrecitos. España está a la vanguardia mundial en algunos sectores, tales como trasplantes, energías renovables o alimentación, por citar algunos ejemplos. Tal vez deberíamos sugerirle como ejercicio intelectual a algún gobernante que se propusiera un hito científico o técnico a conseguir por nuestro país. En más de cuatro años, obviamente. Tal vez los ciudadanos podríamos echar una mano indicándoles lo que más nos preocupa, los problemas que nos urge solucionar. Ese es nuestro papel.

Si el sombrío Bush se atrevió a dibujar geográficamente un Eje del Mal, permítanme que yo dibuje un Eje de la Ciencia, que por cuestiones históricas pasaría por Estados Unidos, Reino Unido, Japón o Alemania, y por cuestiones de estrategia política reciente continuaría por Escandinavia o Singapur. Sumen a esta lista los que les parezca. España debe decidir tajantemente y sin perder un minuto si quiere pertenecer a ese Eje de la Ciencia. Esperar a que la tormenta amaine nos va a hacer perder, cuanto menos, otra década más. Y créanme, para mí que ya hemos perdido la mitad del siglo. Si no tomamos decisiones urgentemente, el eje al que perteneceremos será al de los futuros países pobres de la cuenca mediterránea, y nuestros hijos tendrán que emigrar o conformarse con trabajos poco cualificados y proporcionalmente remunerados.

Los países del Eje de la Ciencia son ricos porque han apostado desde hace años por la investigación. Y no al contrario, no se engañen, no se gastan sus migajas en ciencia porque son ricos. En estos países la ciencia no es un lujo, es una cuestión de estado. La tecnología y la investigación son una oportunidad para generar riqueza, trabajo y una mejor calidad de vida. Y todos sabemos que el conocimiento mejora nuestras vidas cotidianas. Comparen si no me creen su actual coche con el 124 de sus padres de los años 80 (incluyan para el recuerdo o la nostalgia el perrito que movía la cabeza o el portafotos con la leyenda “papá no corras”). La balanza tecnológica entre las patentes que un país paga por explotar, y las que le son pagadas por exportar sus inventos deja a España en una situación paupérrima. En los últimos años España estaba empezando a crear tejido empresarial tecnológico como consecuencia de los planes de apoyo a la investigación académica e industrial de las dos últimas décadas. Y hemos avanzado enormemente, aunque faltaran algunas herramientas estructurales como ventajas fiscales a empresas de base tecnológica, mayor acceso capital, cultura de la inversión en investigación, profesionalización de la ciencia, incremento de la gestión del conocimiento, etc. Y lo hemos conseguido fruto de un gran esfuerzo y aprovechando cada peseta y cada euro invertido. Y cuando parecía que nos acercábamos a la ciencia de vanguardia, la falta de defensa de los intereses de España por nuestros políticos (los de fulanito, menganito o sotanito) frente a hojas de ruta centroeuropeas o al corto recorrido de nuestros gobernantes (que podríamos achacar a la hipoteca de las urnas), nos conducen a una situación de difícil retorno. La obsolescencia programada o, tal vez peor, la decadencia azarosa que sufre la ciencia en España nos aboca a un país unamuniano del que inventen ellos. Y así no puede ser.

En esta coyuntura nacional los científicos nos vemos en la disyuntiva de pensar en nosotros mismos y en nuestras familias, o de subyugar nuestros intereses a la generación de riqueza y de calidad de vida de nuestro país. Pero que quieren que les diga, somos humanos y tenemos nuestras necesidades. Así que esta situación está conduciendo a que los científicos se empiecen a marchar. Y yo no sé qué piensan ustedes, pero si los científicos nos vamos, me temo que esto no se va a llenar de suecas.

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