20130316

Un matrimonio de sexagenarios irá a la cárcel por violar sus órdenes de alejamiento para estar juntos

de los absurdos que pasan en hispanistán: para empezar, la disparidad de condenas según el sexo del condenado (eso de "igualdad ante la ley" es mentira), pero luego los recursos dedicados a una situación que no lo requiere, pues convivían de mútuo acuerdo..

claro que para el sistema es muchísimo más fácil justificar el puesto (despacho, sueldo.. para policías, jueces, fiscales..) y cubrir el expediente, persiguiendo abuelos, que persiguiendo corruptos, despilfarradores, mafiosos, estafadores.. disfruten lo votado..


Un matrimonio de sexagenarios irá a la cárcel por violar sus órdenes de alejamiento para estar juntos

El caso se inició hace ocho años por un enfrentamiento con lesiones. Los abogados solicitaron el indulto de ambos por motivos humanitarios

A Manuel (67 años) y María del Carmen (65) se les ha caído el mundo encima y en breve les caerá el peso de la ley. A no ser que un indulto lo evite. Su delito ha sido irse a vivir juntos cuando la Justicia los separó. De eso, hace ocho años. La historia arranca mal en octubre del 2004 en la aldea de Queis, cercana a Ordes. Manuel Rodríguez llegó un día a casa ebrio y su mujer, María del Carmen Martínez, se lo reprochó. Hubo una discusión subida de tono y Manuel le pegó un bofetón a su esposa. Le provocó una contusión en el labio superior que no precisó asistencia médica.

María del Carmen reaccionó al instante, agarró una escoba y le rompió a su marido un dedo de la mano derecha, que tardó en curar treinta días y lo incapacitó para sus ocupaciones habituales. A Manuel su izquierdazo le costó, sentenciado por el Juzgado de lo Penal 5 de A Coruña por maltrato, un total de 16 meses de prisión. Y a María del Carmen su escobazo, cinco meses. A él le pesó la agravante de embriaguez, y a ella la de parentesco. La jueza conminó a Manuel a alejarse de su mujer durante cuatro años, y a María del Carmen de su marido durante un año y medio.

Dado que ninguno presentaba antecedentes, el juzgado de Ordes les comunicó la suspensión de la condena carcelaria por cuatro años. Y ahí la pareja cometió un error de cálculo o un exceso de confianza. Manuel se dio cuenta de que el alcohol lo conducía inexorablemente al infierno y lo dejó. Y marido y mujer, con la bendición de sus hijos, iniciaron una nueva singladura juntos. Pero no podían estarlo porque la orden de alejamiento seguía vigente.

Lo que podía pasar, pasó. A la Guardia Civil se le ocurrió un día, quizás a la caza de algún ratero rural, circular por la pista que conduce a Queis y vio a la pareja conviviendo tranquilamente en su hogar. Oliendo problemas, Manuel se fue a casa de su hija hasta que transcurrieran los cuatro años de alejamiento. Pero el fiscal ya los había denunciado. Consecuencia: el juzgado (esta vez el Penal 4) revocó la suspensión de la pena carcelaria y ordenó el ingreso de Manuel y Carmen en prisión.

Manuel Astray y Julio Castro, sus abogados, recurrieron la condena sin éxito ante el juzgado y luego ante la Audiencia coruñesa. Al propio tiempo reclamaron el indulto para ambos por motivos humanitarios y, mientras este se tramita, la suspensión del ingreso en la cárcel de Teixeiro. Pero hete aquí que hace unos días el Juzgado de lo Penal (de nuevo el 5) accedió a suspenderle la pena a María del Carmen, aunque ordenó el encarcelamiento de Manuel antes del indulto. Su abogado, Astray, apeló nuevamente a la Audiencia contra dicho auto que, en el ámbito judicial, avala en cierta forma la discriminación positiva de la mujer. De momento, claro, porque ella también habrá de ingresar en prisión si el indulto no prospera.

Convivencia en armonía

Ninguno de los dos, a juicio del letrado, debe ser encarcelado, pues llevan ya viviendo juntos legalmente «e en harmonía» desde hace bastante tiempo y la pelea ocurrió hace ocho años. «Porque queremos vivir xuntos, quérennos prender, ¿que lle parece?», interpela Carmen al redactor. Es consciente de que «o demo do alcol» tenía atrapado a su marido y dificultaba la convivencia familiar. «Pero leva moitos anos rehabilitado, que era o que eu quería, e vivimos moi felices. E os nosos fillos, fillos dos dous, síntense tamén felices porque nós estamos ben», dice. Lo curioso es que el matrimonio no fue a la cárcel por el enfrentamiento a golpes (esa pena ya está cumplida y finiquitada), pero podrían acabar entre rejas por vivir juntos.

«Despois de oito anos, ¿que sentido ten que este pobre home enfermo vaia a Teixeiro e ela poda ir tamén logo? ¿Non haberá máis delincuentes que o merezan?», protesta el abogado Astray. Manuel, su defendido, empieza a resignarse: «Estou triste por ter que ir ao cárcere. Non quero ir, pero se me levan... Non sei, nunca fun». Está aguardando por una operación cuya cita, previsiblemente, le llegará ya en régimen carcelario. Si el recurso ante la Audiencia no prospera.

El indulto es ya la última oportunidad para la pareja sexagenaria. A priori no debería resultarle gravoso al Gobierno, dado que se lo concedió, recuerdan, a banqueros, kamikazes al volante homicidas o policías torturadores. Eso es lo que meditan casi al unísono Manuel, Carmen y el abogado. Pero el baremo del Consejo de Ministros, añade el letrado, es muy extraño. En todo caso, Astray lamenta «a rigurosidade da lei por enriba da vontade dos esposos e da familia. Non había mal no que facían».

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