retrato de un analfabeto..
Cómo reconocer a un español en el extranjero
Será el que se queje del clima, los horarios y el wifi. Ah, y el que hable el idioma del otro en castellano muy fuerte.
A los españoles siempre nos ha gustado viajar. Históricamente nos
encontramos con significativos ejemplos como Cristobal Colón quién, por
cierto, descubrió América de una forma muy hispánica: perdiéndose. Las
expediciones han sido muchas y variadas, y hasta nos condujeron a un
imperio de 20 millones de kilómetros cuadrados. La afición continúa
siglos después con numerosos desembarcos como las becas Erasmus. Con
estas últimas se ha ido a estudiar (risas enlatadas) hasta Pepe Gotera y
Otilio.
Pero con la separación del líquido amniótico peninsular el español
experimenta ese sentimiento al que tanto cantó Rosalía de Castro
descrito como morriña. Todo evoca a la tierra, todo se cubre de un halo
de melancolía costumbrista, todo es ingrato comparativamente. Y es por
ello que el español no cambia su conducta por muy exótico o recóndito
que sea el país al que se dirige. Cualquier individuo ibérico que se
precie sigue en sus viajes una serie de pautas comunes:
1. El tiempo. Nada más tomar contacto con el suelo foráneo el español se
dirigirá a sus amigos o pareja exclamando “Qué mierda de tiempo. En
España ahora hay 28 grados”. El pérfido clima extranjero será motivo de
agravio comparativo durante todo el viaje, aunque la incursión
mesetaria se produzca en el desierto del Sáhara cabalgando con Lawrence
de Arabia. También molestará (ver punto 3) la hora de anochecer o eso
conocido como meridiano de Greenwich por culpa del cual en Londres en
invierno anochece a las 15:00 y “así no hay quién aproveche el día”.
2. Horarios. Así como cualquier centroeuropeo que se precie come entre
las 11 y las 13 del mediodía, el español se presentará en el restaurante
a las 15:00 siguiendo atávicas costumbres. Para una completa
españolización añadirá: “Qué siestecica me echaba yo ahora”. Los
horarios también afectarán al recreo nocturno, ya que en otros países la
hora de cierre de los locales mengua notablemente, y uno no tiene la
cafetería del Congreso a mano. En una ponderación demasiado optimista
terminé durmiendo en un parque de Bruselas hace años con una lata de
mejillones en conserva. Es entonces cuando un español de bien recurre a
su conducta favorita:
3. Criticar. Todo lo que sea posible. Discotecas, vestuarios, comida,
amabilidad, wifi, sociabilidad, agua, duchas, almohadas o enchufes. Pero
sobre todo y ante todo: la ausencia de persianas. El invento patrio más
estimado junto a las tapas.
4. El cortadito. Pretérita y casi metafísica es la atracción del español
hacia el bufé o buffet. No importa que estés descompuesto, si en el
albergue hay una botella de zumo de naranja y dos tostadas tiesas, se
comen "porque va incluido en el precio”. Y lo que sobra se envuelve en
una servilleta para la merienda. Pero ante la ausencia de un buffet, el
español se encontrará en graves dificultades a la hora de pedir un café
en un bar extranjero debido al desconocimiento generalizado del término
“cortado”. A lo sumo, conseguirá un café expreso que ingerirá a
regañadientes.
5. Mojar pan. Si hay un individuo mojando pan en una pizza cuatro
estaciones en el centro de Florencia o en una sopa Buta-Jiru en el
centro de Tokio, está claro: es español.
6. Lo gratuito. En el hotel el sujeto peninsular se hará acopio de
cualquier artilugio de baño u oficina: jabón, cepillo de dientes,
champú, gel, kit de costura, gorro de plástico para el pelo, libretita,
sobres, hasta ese limpia-calzado que no volverá a usar ni ver en su
vida. El gusto por lo gratuito también le conducirá a intentar pasar
hasta su carnet del “Club Aviaco” para acceder a un museo o monumento de
pago. La premisa es clara: el carnet universitario hay que presentarlo
aunque te acaben de conceder la jubilación y estés casado con Alfonso
Díez, “por si cuela”. Hablando de colar, la destreza del español para
colarse en cualquier sistema de transporte internacional forma parte de
la marca España.
7. La cola. Hay cosas que se nos dan bien como arreglar en el mundo
enfrente de una caña y unas patatas bravas, pero hay otras en las que
nos desenvolvemos sencillamente mal. Una de ellas, quizá la que más, es
hacer colas o filas de espera. La distribución en las mismas será
aleatoria, sin juicio ni orden, y preferiblemente se harán varias
sub-colas o filas de espera paralelas, que desconcertarán al resto de
sujetos de otras nacionalidades.
8. Tabaco de liar. Dos personas sentadas en el bordillo de una acera de
Berlín liándose tabaco de liar serán en un 97% de las ocasiones
peninsulares. Porque en el extranjero el tabaco es muy caro. (Ver punto
3).
9. Gritar. Si el receptor no entiende lo que dice, se repetirá lo mismo
pero gritando muy fuerte: "Déjame a mí Paco, no ves que no te entiende.
ESQUIUSMI, ¿GÜERE IS OSFORD ESTRIT?". Mucho antes que Felix Baumgartner,
la barrera del sonido la habían roto un grupo de erasmus españoles
cantando "Como una ola" por las calles de Varsovia.
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