¿Por qué se mantiene la hostilidad contra Rusia?
Basta
con mantenerse un poco al tanto de lo que nos dicen los grandes medios
de prensa para enterarse rápidamente de que, aunque ya no es soviético
ni proclama la dictadura del proletariado, el oso ruso sigue siendo casi
tan malévolo y peligroso como en tiempos de la Unión Soviética. ¿Es
esto una realidad o es más bien una imagen que alguien quiere inculcar
en nuestras mentes? En el artículo que hoy reproducimos, Karl Muller se
interroga sobre el por qué de esta campaña.
Hay quien afirma que la situación internacional se ha hecho menos tensa
en los últimos meses. Se evitó la guerra entre Estados Unidos, sus
aliados y Siria. También se produjo un acuerdo con Irán. Estados Unidos,
que durante los 20 últimos años emprendió junto a «Occidente» una serie
de guerras contrarias a las normas del derecho internacional, se ve hoy
tan debilitado que ya no parece hallarse en condiciones de embarcarse
en nuevas guerras de gran envergadura. Por otro lado, los aliados de
Estados Unidos, en primer lugar los demás Estados miembros de la OTAN,
que en su mayoría son también miembros de la Unión Europea, tampoco
estarían en condiciones de emprender guerras sin Estados Unidos.
Pero se pierde de vista fácilmente que Washington ha desplazado sus
objetivos agresivos hacia la región del Pacífico y que los Estados
miembros de la Unión Europea (¿bajo la dirección de Alemania?) –con el
pretexto del asunto de la NSA– van a tener que hacer el papel de peones
de Washington en el Medio Oriente y en África.
Los numerosos
informes sobre la «tensión» en Asia, ahora entre China y Japón,
persiguen 2 objetivos diferentes. Por un lado, pueden servir de
propaganda contra China. Y van a constituir al mismo tiempo una llamada
de alerta para «demostrar» a los europeos la importancia de la presencia
estadounidense en el Pacífico así como, y es este el objetivo
fundamental, de la preparación de una guerra contra China.
No
se habla, al menos no se hace públicamente, de la política de la Unión
Europea, fundamentalmente de Alemania, hacia Europa oriental y Rusia.
No se menciona ese tema porque los Estados miembros de la OTAN y la
Unión Europea se fijaron como meta –desde 1990-1991, o sea a partir de
la desaparición del Pacto de Varsovia y de la Unión Soviética y a pesar
de lo prometido al gobierno soviético de entonces– «apropiarse» del este
incorporando cada vez más Estados de Europa oriental a la alianza atlántica para debilitar a Rusia y someterla poco a poco.
Las pruebas de todas esas maniobras están a nuestra disposición en el
libro El gran tablero de ajedrez. América y el resto del mundo,
publicado en 1997 y cuyo autor es Zbigniev Brzezinski, consejero
personal de varios presidentes de estadounidenses.
Durante los años 1990 pareció que todo iba sucediendo conforme a lo
previsto con el presidente ruso Boris Yeltsin. Rusia se hundía cada vez
más en un caos que abarcaba todos los aspectos de la vida del país y se
hallaba al borde de la bancarrota, tanto en el plano político y
económico como en el plano social. En su libro La doctrina del shock. El
auge del capitalismo del desastre, publicado en 2007, Naomi Klein
demuestra con lujo de detalles cómo se trató de poner de rodillas la
economía rusa para sojuzgar el país, principalmente para apoderarse de
sus materias primas, a través de «consejos» estadounidenses y de la
falsa teoría de las bondades de un capitalismo sin freno, pero bajo
control de los intereses financieros de Estados Unidos.
En 1999, la guerra de la OTAN contra Yugoslavia marcó un viraje. Se hizo
entonces completamente imposible no percibir el hecho que la definición
estadounidense de «un nuevo orden mundial» presentaba todas las
características del imperialismo tendiente a someter el mundo a la
«única potencia mundial». En el 2000, y con la llegada de un nuevo
presidente, el nuevo gobierno ruso se esforzó en cambiar de rumbo
contrarrestando progresivamente el control estadounidense sobre la
economía y las riquezas de Rusia, y también sobre la sociedad y la
política del país –proyecto altamente delicado y complejo debido a las
grandes dificultades existentes.
Si se comparan con la situación que existía en el 2000, son notables los progresos alcanzados por Rusia hasta
el año 2010: el producto social se multiplicó por 2, el comercio
exterior se multiplicó por 4, las deudas con el extranjero se redujeron a
la sexta parte de su valor inicial, los salarios se multiplicaron por
2,5 (descontando la inflación), las rentas se multiplicaron por 3, la
tasa de pobreza se redujo a la mitad, el desempleo pasó del 10 al 7%, el
número de nacimientos aumentó en un 40%, los decesos disminuyeron en un
10%, los decesos de bebés descendieron en un 30%, la esperanza de vida
aumentó en 5 años, los crímenes disminuyeron en un 10%, el número de
asesinatos bajó en un 50% y el de suicidios en un 40%, las
intoxicaciones por consumo de bebidas alcohólicas cayeron en más del
60%.
Lo que se ha dado en llamar «Occidente» no se apresuró a contribuir a
nada de lo anterior. Fue más bien todo lo contrario, los medios
utilizados para desgastar a Rusia se hicieron cada vez menos visibles
pero mucho más pérfidos. Y quien se atrevía a enfrentar abiertamente
esos intentos aconsejando la adopción de contramedidas, como las que el
gobierno ruso ha venido aplicando desde hace años, era muy mal visto en
Occidente.
Los principales medios de difusión occidentales
han desempeñado y siguen desempeñando actualmente un papel cada vez más
equívoco en la campaña contra Rusia. Mientras que la política de la
Unión Europea, sobre todo la de Alemania, sigue dos cursos paralelos,
debido a las necesidades económicas, y trata de conjugar la retórica
antirrusa con el mantenimiento de relaciones económicas ventajosas, no
sucede lo mismo con los medios de prensa, a los que se deja «rienda
suelta».
Contrariamente a lo que hacen en el caso de China,
país cortejado debido a sus resultados económicos (y a la importancia de
su mercado), los medios occidentales divulgan –únicamente y de forma
permanente– cuanto elemento negativo se les ocurre sobre Rusia. Y
esa campaña es tan intensa que el lector-espectador que se informa
únicamente a través de esos medios tiene que acabar pensando mal de ese
país. Los aspectos negativos que difunden cubren todos los sectores de
la vida con la evidente intención de hacer resurgir la mayoría de los
viejos prejuicios sobre Rusia.
Todo eso sucede a pesar de la constante acción del gobierno ruso que, a
lo largo de los 13 últimos años y hasta este momento, ha venido
proponiendo una amplia cooperación con todos los países y en beneficio
de todas las partes.
No es por amor al pueblo ucraniano sino
en el marco de un proyecto geoestratégico que la Unión Europea trata
desde hace años de alejar a Ucrania de Rusia para atraerla hacia la
propia UE. Hoy sabemos que la «revolución naranja» de 2004 en realidad
fue una operación de lo que hoy se ha dado en llamar «smart power»,
operación realizada en coordinación con la Unión Europea y en contra de
Rusia. Aquel intento de golpe de Estado no tuvo éxito y aún hoy en
día los proyectos de la Unión Europea siguen sin arrojar el resultado
esperado. Era de esperar, por lo tanto, que la Unión Europea se
apresurara ahora ha tratar de esconder su nuevo fracaso acusando a Moscú
de amenazar y chantajear al gobierno ucraniano.
Lo que ponen especial cuidado en no decirnos es que el gobierno ruso
había propuesto un acuerdo que habría beneficiado tanto a Ucrania como a
la Unión Europea y la propia Rusia, proposición que fue rechazada por
la Unión Europea.
Por otro lado, el presidente ruso Vladimir Putin se entrevistó
recientemente en Roma con el papa Francisco durante 35 minutos.
Contrariamente a lo que afirmaron los grandes medios de prensa, los
órganos del Vaticano estimaron que el encuentro se desarrolló en una
atmósfera «cordial». El presidente ruso no visitó al papa como dirigente
religioso de la iglesia ortodoxa rusa sino en su calidad de jefe de
Estado. Y lo cierto es que, como jefe de Estado, Putin siempre ha
subrayado la importancia de los valores en la promoción del progreso y
en el desarrollo de su país, al igual que en el campo de la política
internacional.
Contrariamente a lo que sucede en Occidente, donde se promociona un
modelo de política utilitarista y materialista, el gobierno ruso parece
apoyarse en una concepción basada en los fundamentos de la iglesia
cristiana, o sea que considera al hombre y el mundo como centro de su
acción.
¿En qué país de Occidente podemos encontrar eso todavía? ¿Qué gobierno
occidental proclama todavía ese concepto en provecho de la familia, de
la religión y de la Nación y para el mayor beneficio de los pueblos y
del progreso? ¿Quién se preocupa en Occidente por el hecho que, a falta
de vínculos estables con «el otro», el florecimiento de la personalidad
se disuelve en la superficialidad y en la indiferencia si hay falta de
respaldo y pérdida de identidad? Es por lo tanto de suponer que el papa y
el presidente ruso se entendieron a la perfección en cuanto al
diagnóstico sobre el estado de Occidente y sus falsas teorías y también
en lo tocante al camino a seguir para remediar esos errores.
No pretendemos afirmar que en Rusia la familia está intacta, que todo el
mundo vive según los preceptos de la religión y que la nación rusa
ofrece a la población todo el respaldo necesario. Pero en la medida en
que se reconoce que queda aún mucho camino por recorrer, es posible
mantenerse a la expectativa e incluso tender una mano amiga y dispuesta a
ayudar, en la medida en que dicha ayuda pueda ser deseada. Quienes
buscan destruir la familia, la religión y la Nación harán precisamente
lo contrario.
Pero tenemos que tener conciencia de que esta última manera de actuar no
será la que aporte más paz al mundo sino más bien todo lo contrario: la
política de “disolvencia” es causa de conflictos. ¿Estamos dispuestos a
pagar ese precio? ¿Eso es lo que quieren los pueblos?
Tuvimos recientemente la oportunidad de comprobar hasta qué punto
llegaron a caldearse los ánimos en Alemania en ocasión de una reunión,
celebrada en Leipzig el 23 de noviembre [de 2013], sobre el tema «Por el
futuro de la familia. ¿Hacia la supresión de los pueblos de europeos?»
Un grupo de manifestantes violentos arremetió brutalmente contra aquella
conferencia, principalmente contra los participantes miembros del
Parlamento ruso. Las fuerzas de policía presentes en el lugar
permitieron los desmanes por un buen rato. Hubo un tiempo en que
solíamos ser gente acogedora y respetábamos a los demás, así como
también respetábamos las opiniones divergentes. ¿Seguimos siendo así hoy
en día?
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