y parece insinuar (no hay que ser muy listo para llegar a ésa conclusión) que hay que traer inmigrantes,
¿de verdad?
o sea: no hay trabajo para los jóvenes, y hay que traer inmigrantes (que se van a beneficiar de miles de ayudas)? ¿Y de dónde va a salir el dinero para pagar tantas ayudas, si no hay trabajo?
hispanistán (a día de hoy) se está endeudando cada año en 100.000 millones de Euros más (gasta más de lo que ingresa).. y la solución es gastar más (dar más ayudas a cambio de nada)..
¿de verdad?
disfruten lo votado..
Postales desde el futuro
Imagine un país en declive, envejecido, donde los precios no suben ni nadie consume. Japón ha vivido el futuro de España
Imaginemos un país que no solo no crece, sino en el que hay mucha gente
que no recuerda cuándo fue la última vez que se creció. Imaginemos que
ese país está atiborrado de deuda, como consecuencia de una década de
excesos empresariales y gubernamentales. En ese país, los precios no
suben, la gente no consume y los empresarios no invierten, así que el
ahorro no genera riqueza. Los jóvenes no se plantean comprarse una
casa, ni tener coche propio, tampoco tener un trabajo para toda la vida.
Tener hijos se convierte en un proyecto vital imposible: si los dos
miembros de la pareja trabajan, ¿quién cuida a los hijos? Si la mujer (o
el hombre) se queda en casa, ¿cómo se paga una educación de calidad
para los hijos? Traer inmigrantes estaría bien, pues rejuvenecería la
población y facilitaría cuidar a los hijos y a los ancianos, pero pesa
el miedo a que las diferencias culturales hagan la integración
imposible.
Menos niños y más ancianos inevitablemente significa más impuestos y
cargas sobre los que trabajan, que cada vez son menos, haciendo aún más
difícil la vida. Cambiar las cosas estaría bien, pero la inercia de dos
décadas sin crecimiento pesa mucho: los partidos políticos, lastrados
por la corrupción, carecen de líderes con coraje, así que se suceden
gobiernos grises y, encima, inestables. Además, el peso electoral de los
pensionistas es tan grande que cualquier política de estímulo sería
vista como una agresión a sus ahorros y pensiones, que perderían poder
adquisitivo por culpa de la inflación. Tantos años machacando a la
población con el discurso de la austeridad se han vuelto ahora en contra
del país: el proyecto colectivo es gestionar el declive, que se da por
inevitable. En otras palabras: el proyecto de futuro es que no hay
futuro. Igual que el famoso “que inventen ellos”, la sociedad se resigna
al fatalismo del “que crezcan otros”.
¿Podría ser España dentro de una década? Sin duda. Por eso tiene sentido
leer con atención la deprimente postal que Japón nos envía desde el
futuro. Ellos ya han estado allí, y han estado a punto de no volver.
Pero una concatenación de dos circunstancias les está haciendo
despertar. El primero, más coyuntural, ha sido el triple desastre de
Fukushima (terremoto, maremoto y accidente nuclear), que no solo ha
minado la autoestima colectiva, sino que ha puesto en cuestión el
supuesto principal bajo el que asentaba el conformismo con el declive:
la autosuficiencia energética y financiera. Con los reactores nucleares
en parada hasta que se asegure su fiabilidad, las importaciones de
energía están generando un déficit por cuenta corriente que obligaría al
país a salir a los mercados internacionales para financiarse, con las
consecuencias que todos hemos experimentado en cuanto a pérdida de
soberanía. Pero tan importante como Fukushima es el desafío que está
planteando China, con un aumento sostenido del gasto militar, que Japón
tiene limitado por ley, y un desafío importante tanto en el espacio
aéreo como marítimo del mar de la China meridional. Los dos elementos,
combinados, hacen inviable el plan del dulce declive. Japón, diga lo que
diga la geografía, no es una isla. Nadie lo es.
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