20140825

Caza de brujas y denuncias falsas: lecciones para el presente

las mujeres, esos "seres de luz", incapaces de dañar a otra persona..


Caza de brujas y denuncias falsas: lecciones para el presente


Antes de comenzar este artículo hay algo que quiero dejar claro: voy a comparar el fenómeno de la caza de brujas en la Edad Moderna con el de las denuncias falsas en la España actual, pero eso no significa que sean fenómenos equiparables. Hay diferencias importantes, siendo fundamental que mientras las brujas no existen, los maltratadores sí. Tenemos, sin embargo, otras similitudes de las que se pueden extraer valiosas lecciones, y sobre ellas tratará esta entrada.

¿Cuántas brujas fueron ejecutadas?

El académico Adam Jones, citando a Robin Briggs y su libro Witches & Neighbours (Brujas y vecinos), señala:
Las estimaciones modernas más razonables sugieren [que hubo] unos 100.000 juicios [por brujería] entre 1450 y 1750, con entre 40.000 y 50.000 ejecuciones, de las que entre el 20% y el 25% fueron hombres. [Robin] Briggs añade que “estas figuras son escalofriantes, pero han de situarse en el contexto de lo que probablemente fue el período más duro de las penas de muerte en la historia de Europa” (Briggs, Witches & Neighbours, p. 8.).
Como de costumbre, en cuestiones de jenaro la Historia parece ser más complicada:
Francia era “una fascinante excepción al patrón general, pues en buena parte del país la brujería parecía no haber tenido un claro vínculo con el género en absoluto. De las cerca de 1.300 brujas cuyas apelaciones llegaron al parlement de París, poco más de la mitad eran hombres… La gran mayoría de los varones acusados eran campesinos pobres y artesanos, una muestra representativa de la población ordinaria.”

Hay algunos casos extremos en las regiones periféricas de Europa: los hombres constituyen el 90% de los acusados en Islandia, el 60% en Estonia y casi el 50% en Finlandia. Por otra parte, hay regiones donde el 90% o más de las brujas conocidas eran mujeres; esto incluye Hungría, Dinamarca e Inglaterra. El hecho de que muchos escritores recientes en este campo hayan dependido de la evidencia inglesa y norteamericana probablemente alentó un error de perspectiva, con el abrumador predominio de mujeres sospechosas en estas áreas (también caracterizadas por bajos porcentajes de persecución) siendo asumidas como típicas. Los juzgados tampoco trataron a los sospechosos varones más favorablemente; los porcentajes de condenas son prácticamente iguales para ambos sexos (Briggs, Witches & Neighbours, 260-61.)
Los denunciantes

Ahora que hemos repasado quiénes fueron las víctimas, examinemos el perfil de las personas que precipitaron dichas ejecuciones. Casi todos los autores suelen coincidir en que la mayoría eran mujeres.
[Alan] Macfarlane descubrió que un número similar de hombres y mujeres lanzó acusaciones de brujería en los 291 casos que estudió en Essex; un 55% de quienes creían haber sido embrujados eran mujeres. El número de disputas relacionadas con la brujería que comenzaron entre mujeres puede haber sido [incluso] mayor; en algunos casos, parece que el marido, como “cabeza de familia” realizó declaraciones en nombre de su esposa, aunque la disputa original hubiera tomado lugar entre ella y otra mujer… Podría ser engañoso, por tanto, equiparar “informantes” con “denunciantes”: la persona que prestó declaración a las autoridades no era necesariamente quien disputaba directamente con la bruja. Otros estudios sostienen una cifra en torno al 60%. En la investigación de Peter Rushton sobre los casos de difamación en las cortes eclesiásticas de Durham, las mujeres emprendieron acciones legales contra otras mujeres a quienes habían etiquetado como brujas en el 61% de los casos (…). J.A. Sharpe también señala la prevalencia de mujeres como acusadoras en los casos de Yorkshire en el siglo XVII, concluyendo que “al nivel de aldea la brujería parece haber sido algo particularmente entretejido en las disputas de mujeres.” Gran parte, pues, de la caza de brujas en las aldeas fue obra de mujeres (Willis, Malevolent Nurture, pp. 35-36.).

Estos datos y comentarios sirven como recordatorio de que los generocidios contra mujeres pueden ser iniciados y perpetrados, sustancial o predominantemente, por “otras mujeres”, al igual que el generocidio contra los hombres es llevado a cabo abrumadoramente por “otros hombres”. El caso del infanticidio femenino puede citarse también en este sentido. El poder patriarcal, sin embargo, era omnipresente en todos los procedimientos posteriores de brujería. Los hombres eran exclusivamente fiscales, jueces, carceleros y ejecutores –tanto de hombres como de mujeres– en el emergente sistema legal moderno de Europa.
En las colonias que posteriormente formarían los Estados Unidos, el número de mujeres denunciantes también fue considerable. De aquellas personas que afirmaban padecer los tormentos de una bruja, las mujeres constituían el 86% del total. Y en el infame juicio de Salem, por ejemplo, todas las denunciantes fueron mujeres (p.2).

Lecciones para el presente

Como señalamos al inicio del artículo, las brujas no existen. Aunque sobra decirlo, no hay evidencia científica que pruebe la existencia de poderes mágicos. Hemos de concluir, por tanto, que todas las víctimas ejecutadas eran inocentes.

Voy a repetir esto una vez más para que quede claro: todas las víctimas condenadas por brujería eran inocentes. Lo que equivale a decir que todas las denuncias eran falsas. Es cierto que la mayoría fueron interpuestas por mujeres, pero tampoco faltaron hombres que hicieron exactamente lo mismo. Que el número de mujeres fuera mayor no significa que ellas fueran “más malas”, como alguien podría interpretar, sino que responde a una forma diferente de ejercer la violencia.

Ya sea por diferencias físicas y/o inhibiciones culturales, las mujeres han tendido a ejercer un tipo de violencia diferente: la indirecta. Se trata de una categoría muy difícil de cuantificar. Cuando una esposa paga a un matón para asesinar a su marido o convence a su novio para matar a su madre, la violencia ejercida se clasifica como masculina, por haber sido hombres sus ejecutores materiales. Ello no quiere decir, sin embargo, que las mujeres sean menos capaces para la violencia, sino que la implementan de forma diferente.

El fenómeno de la caza de brujas es significativo porque al contrario que en otros escenarios aquí ha sido posible cuantificarla. El empleo de terceros para ejecutar la violencia sobre otra persona, incluyendo los aparatos del Estado si éstos se prestan a ello, no son como se nos hace pensar en la actualidad “una invención machista de hombres que quieren volver a sus privilegios”, sino que cuenta con precedentes históricos.

Quienes siguen sosteniendo que las denuncias falsas son únicamente el 0.038% del total (realmente las que se probaron falsas) pese a que sólo el 23,5% terminaran en condena, se basan en la creencia de una innata bondad femenina que la Historia nos demuestra como falsa. Durante la Edad Moderna denunciar a alguien por brujería no ofrecía, en la mayoría de los casos, más aliciente que el de destruir a la otra persona. Teniendo en cuenta los incentivos ofrecidos por leyes como la LIVG, es bastante razonable pensar que las denuncias falsas son un fenómeno mayor de lo que habitualmente se piensa.

Si a los hombres se les ofrecieran ventajas similares, nadie dudaría de que muchos recurrirían a ellas en beneficio propio bajo falsos pretextos, más aún en el país de la picaresca. Pero cuando se trata de la mujer hemos de suspender nuestra capacidad de razonamiento y los precedentes históricos para asumir el discurso actual de que el 99.99% de las mujeres que denuncian dicen la verdad, o de lo contrario somos machistas.

Ahora bien, vuelvo a reiterar que mientras que las brujas no existen, los maltratadores sí. De ahí que no sea una buena idea caer en el otro extremo y decir que la inmensa mayoría de las denuncias por malos tratos son falsas. Lo cierto es que nadie sabe cuál es el número, y probablemente nunca se sabrá. Pero la Historia debería utilizarse para algo más que obtener cultura general: debería servirnos como guía de lo que se hizo mal en el pasado para prevenir que se cometan los mismos abusos. Las acusaciones falsas para destruir la reputación o incluso garantizar la ejecución de otra persona no son un fenómeno nuevo, pero a diferencia de entonces ahora existe la creencia de que uno de los sexos jamás denunciaría falsamente para tal fin, y el otro ha de sufrir los efectos de esta equivocada premisa. Porque así lo establece la ideología dominante, pese a que no haya nada que lo sustente. Y quienes protestan ante este abuso han de andarse con mucho cuidado, porque se les acusará de simpatizar con brujos, o peor aún, de que ellos mismos lo sean. Es el poder de un discurso que apela a las emociones, y no a la racionalidad de un tema que, como el maltrato, debería preocuparnos a todos, pues al igual que éste, puede destruir la vida de una persona.

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