20140825

Precarios a los 50 años

y éstos, ¿para que creían que se importaban a millones de multiculturales todos los años? Y tan contentos con la ausencia de responsables y responsabilidades por la corrupción, el nepotismo y el despilfarro.. pues nada..

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Precarios a los 50 años



Han trabajado en la misma empresa alrededor de 30 años. Luego llegó la crisis, la reforma laboral, el ERE o el despido improcedente y después la crisis se convirtió en sistema para recordarles que la precariedad no entiende de edades, ni situaciones personales ni, tan siquiera, de la experiencia laboral acumulada. Tienen más de 50 años y su futuro laboral (y personal) es una incógnita. Quizá no vuelvan a trabajar jamás o quizá sí y su futuro esté indisolublemente ligado a la precariedad laboral. Son arquitectos, periodistas, albañiles, transportistas… Da igual. La crisis y la reforma laboral no ha tenido clemencia con ellos. Son precarios a los 50 años.

“Nunca me había visto en esta situación. Vivimos mal o, mejor dicho, sobrevivimos mal. Ingreso algo más de 400 euros como ayuda de mayor de 55 años y parado. Mi mujer ingresa algo más de 200 euros. Con ese dinero pagamos la hipoteca, que son cerca de 300 euros al mes, y nos mantenemos nosotros como dos podemos”. El que habla es Juan Díaz, un hombre de 58 años que reside en Andújar (Jaén). En su casa también vive el pequeño de sus cuatro hijos, que tiene 30 años, con sus mujer y sus dos hijos. “Mi hijo tiene otra ayuda de algo más de 400 euros, que destina íntegramente a mis nietos”, explica Juan.

La historia de Juan, por desgracia, no tiene nada de extraordinario. Tiene cotizados 33 años. Gran parte de ellos en Vitoria, donde trabajaba en una empresa de aglomerados. Después, por razones de salud de su mujer, se trasladó a Andújar, donde comenzó a trabajar en una empresa de pintura. Luego llegó un desierto laboral llamado crisis. “Aquí no hay nada, pero nada de nada. Antes, al menos, siempre quedaba el campo. Ahora el campo ya tampoco da para más”, señala Juan, que denuncia que se ha visto obligado a trabajar recogiendo aceituna durante 10 horas por apenas 20 euros de sueldo. Dos euros por hora. “Se aprovechan de la necesidad. ¿Cómo voy a decir que no? Con 20 euros de aquí y 20 euros de allá voy sacando”, apunta.

Los mayores de 55 años son, junto a los jóvenes, el grupo más perjudicado por la crisis. Sin embargo, a ellos rara vez les queda la esperanza de un futuro mejor y sí la angustia de comprobar cómo los años de cotización que más importan para su jubilación se les están pasando en blanco. “Sé que cuando me jubile me quedará poco más de 500 euros al mes. Me condenan a la miseria”, denuncia este hombre.

Para colmo, los supuestos datos de la recuperación que desprendía la EPA del mes de julio muestran otra estadística desoladora para este grupo de edad: ha descendido el paro en todas las franjas de edad menos en la de mayores de 55 años, jóvenes de 16 a 19 años y en las personas que buscan su primer empleo. La recuperación, en caso de existir, no es para ellos.

Elba Zebra tiene 54 años. Hace dos años emigró a Viena ante la falta de expectativas laborales

Ante este panorama, hay precarios de más 50 que han decidido emigrar. Como Elba Zebra, de 54 años, que hace dos años, nada más llegar Rajoy a la Moncloa, decidió hacer las maletas y emigrar a Viena. “Ya me olía el desastre. Ya de por sí, las cosas no iban bien…”, avanza esta mujer, que ha dedicado prácticamente toda su vida laboral a la realización de catálogos para museos, filmotecas, y demás actividad cultural. “Desde el año 2008/09 había venido observando que me llamaban cada vez menos mis clientes habituales”, asegura. Por eso, con 52 años, y antes de caer en bancarrota, se fue a Viena.

En Austria, Elba sobrevive dando clases de español. Ahora mismo entre sus clientes tiene al ejército austriaco, aunque la mayor parte del tiempo lo pasa buscando trabajo. Cuenta hasta 247 correos enviados con curriculum y carta de motivación incluida. Cuando las cosas van bien puede decir que es mileurista. Cuando las cosas van mal, toca hacer de tripas corazón. “He tenido que reducir mis honorarios a la mitad para poder seguir trabajando”, denuncia esta mujer que hace 20 años, cuando tenía 30, se imaginaba que cuando tuviera 54 años, como ahora, seguiría trabajando, como entonces, en la Filmoteca Nacional.

Cobrar menos que con 20 años

Reducir honorarios para poder sobrevivir en el mercado de trabajo es una situación conocida para Ana Canizal, de 56 años. Hace siete años esta mujer negoció su despido con la revista para la que trabajaba en un puesto de alta dirección. Dos años después se decidió a dar el salto y montó una pequeña agencia de comunicación por cuenta propia. “Ahora soy el doble de feliz, pero también el doble de pobre”, asegura esta mujer, que en pocos años ha pasado de tener un salario que le permitía una situación “cómoda” a “tener una situación precaria”. “Me pagan menos por mi trabajo que hace 20 años y cada vez se paga peor las colaboraciones en prensa”, añade.

No obstante, Canizal sabe que la suya es una situación privilegiada. Ha perdido calidad de vida, sí. Gana menos que cuando comenzó a trabajar, también. Y, por supuesto, tiene miedo a la jubilación. Ahora está cotizando lo mínimo y eso hará que su paga no supere el mínimo. Sin embargo, Canizal conoce que a gente de su alrededor, con su misma edad y similar bagaje profesional, que tiene hijos a su cargo y ninguna fuente de ingresos.

Este es el caso de Julián Machado, de Lugo. Tiene 59 años. Su mujer está paro y su hija de 28 años, licenciada, también. Lo único que tiene, según relata él mismo, es una hipoteca de 30 años, seis por pagar. “No sé qué hacer. No sé qué inventarme para conseguir una solución a esto”, afirma. Julián trabajó a destajo durante los años del ‘boom’ inmobiliario. Era un albañil “todoterreno”, pero con la edad el trabajo vino a menos y los que eran sus jefes ya no le llaman “ni para las chapuzas”. De aquellos años guardó un pellizco, gracias al que ahora consigue sobrevivir. “De mis ahorros voy sacando todos los meses para pagar la hipoteca aunque llegará el día que se acabarán”, advierte.

Trabajar de lo que sea

Julián no tiene dudas de que trabajaría “de lo que sea”. Como Felicidad, de 49 años, vecina de Alcazar de San Juan, quien tras treinta años trabajando en comercios de cara al público asume que “ya es demasiado mayor” para los comercios. “Ya no me llaman porque soy mayor”, asume Felicidad, en paro desde hace varios años y que no ha dudado en aceptar trabajos sin contrato o de media jornada, de esos que después terminas trabajando la jornada entera. O como Lourdes Suárez, de 54 años, documentalista de profesión, que fue despedida en uno de los múltiples ERE de su empresa y que ahora “duda que pueda reengancharse de nuevo al mundo laboral”.

Tampoco el hermano de Lourdes, Antonio Suárez, tiene dudas de que tiene que “trabajar de lo que sea”. Él, de 50 años y vecino de Móstoles, ha trabajado durante 20 años como delineante. Llegó a hacer su propia incursión por cuenta propia y compró, junto a otro socio, unos terrenos para construir 16 viviendas. Esto ocurrió entre el año 2009 y 2011. La burbuja ya había explotado y el negocio fue una ruina.

Desde entonces Antonio trabajada de lo que haga falta. “Mis últimos cuatro contratos los he firmado con los ojos cerrados”, avanza este hombre, que señala que no está en una situación como para poner “peros” a ningún contrato. Así, Antonio ha pasado en los últimos años por una fábrica de una conocida marca de lácteos y por otra multinacional haciendo un inventario con un contrato de 15 días que iba renovando. Después, hizo un curso de vigilante de seguridad y gracias a él ha obtenido sus dos últimos contratos temporales de tres meses cubriendo las vacaciones de los compañeros.

“Es duro que llegue el lunes, el martes, el miércoles… y mi mujer se vaya a trabajar, mi hija al instituto y yo me quede en casa enviado curriculums. No te miento si te digo que he mandado más de mil solicitudes de empleo, pero nada. Esta situación te hace sentirte inútil. Me duele también no poder trabajar de lo que he estudiado y de lo que llevo trabajando toda mi vida, pero no tengo reparos en trabajar de lo que sea”, confiesa Antonio, que, como todos, ve con temor la edad de la jubilación. “Sé que no me quedará nada”, afirma este hombre que ha pasado de delineante a vigilante de seguridad. “Y aún así sé que no me puedo quejar”, sentencia.

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